| | Libertad, igualdad y algo más
| Víctor Cagnin / La Capital
La democracia suele ser una idea que se recrea, un sueño que no se disuelve ni se agota. En todo caso, nos agota y hasta puede costarnos la vida. No obstante, ella seguirá allí, desafiante, instalada como un enigma a resolver. Se la puede tomar o dejar, a modo de una asignatura que se tiene que rendir. Si se la estudia no se aconseja hacerlo en términos medios, sino con amor u odio. Si es con amor, mejor. Es posible entonces comenzar a comprenderla, ir descubriendo un idioma valioso y abarcador, sensato y complejo, común y emancipador, capaz de abrir puertas hacia lugares verdaderamente reparadores o enriquecedores. Si no se la estudia o no se intenta desentrañarla, o si se la practica tibiamente, jamás se podrá hablarla ni conjugarla y es muy probable que se deambule por la vida incomunicado, incomprendido, sin salida, incierto, atado, dominado e infeliz. No se avanzará, no se pasará, lamentablemente, a ningún lugar. La democracia suele ser rigurosa, exigente, caprichosa y obsesiva. Si no cumplís con los tiempos te perdés el comienzo de la película, lo cual hace que todo se complique. No entendés por qué se ríen los que ríen o lloran los que lloran. No encajás en ninguna parte y no hay forma de rebobinar. Si no cumplís con lo que prometés hacer en representación de los demás, perderás toda legitimidad y el camino se convertirá en una pesadilla para todos. Si desviás la atención para demorar una urgente respuesta, ésta volverá a instalarse como un mendigo frente a tu casa. Y si te sujetás al poder económico perderá sentido, porque el poder político en el Estado debe permanecer separado del poder económico: "Hay que aceptar la idea de que la democracia corre un gran peligro allí donde el Estado gobierna directamente la economía", Alain Touraine. La democracia suele ser un buen antídoto para la melancolía. Tal vez se haya perdido a algún referente muy estimado, o hayan desaparecido algunos pensamientos que se poseían como valiosas reservas. Existe una nueva oportunidad entonces para ir al reencuentro de esas cuestiones. Es un tiempo de debate, de fuertes polémicas, de romper con la anomia y recuperar la iniciativa, aunque sólo se trate de ir a un distrito y sufragar. Se escuchará por ahí: "Nunca será como aquella vez...", pero siempre hay alguien que lo hace por primera vez; y este hecho, simplemente, ya la convierte en algo trascendente. Se irá a votar, por lo cual se puede decir que no siempre todo es consumición, también cada uno de los ciudadanos, en algún momento, puede producir. Y no es poca cosa. Aunque la materia prima que hoy se ofrezca deje mucho que desear para elaborar un producto como la gente. La democracia no es un sistema mágico o azaroso. Es razón pura, cuantificable y calificable. Votar no es una apuesta que dependa del croupier que tira la bola, o del número que arroja el bolillero. Por ello no conviene cerrar los ojos frente a las boletas depositadas en la mesa o invocar falsos poderes para que ayuden a elegir. Resultará en vano. Es un momento único, de absoluta libertad, donde se actúa por convicción, sustentada en argumentos. La elección es del que ingresa al recinto de votación y nada extraño debe ni puede interponerse. Pierda el miedo escénico, no se deje apurar y no apure a nadie. La democracia suele conllevar la musa estereotipada del político tradicional o no, de oratoria previsible e impostada y aroma a encierro; inspirar a ciertas manifestaciones del arte para aproximar una estética a determinada idea y procurar legalmente recursos financieros para divulgarla. Pero también suele ser motivo para conspirar: si no se logra persuadir al elector se hará lo imposible para que el adversario lo concrete. Por lo tanto, resulta significativo hallar los mecanismos subterráneos que obstruyan el fluido natural entre personas, partidos y propuestas. Ponerlos en evidencia y desarticularlos. Ya que la democracia es el respeto por la individualidad y la diversidad, la unidad y la multiplicidad, la igualdad de derechos y de posibilidades. Ninguna doctrina o religión puede hegemonizarla, ni imponer su forma de funcionamiento incluido el laicismo defensor de la más acabada racionalidad. La democracia siempre resulta positiva, porque avanza en limitar los poderes del Estado sobre el individuo, aunque el ciudadano tenga la extraña sensación de que esto no ocurre. Cualquier artilugio de control o de manipulación, por mayor sofisticación que posea, se volverá obsoleto a corto plazo mientras sobreviva en la sociedad el derecho a elegir y ser elegido. Los argentinos llevamos ya casi 20 años ininterrumpidos en este saludable ejercicio. Si observamos en nuestra historia nunca se vivió un período tan prolongado de vigencia de las libertades y de las garantías constitucionales, con sus debilidades, el debilitamiento de las instituciones, la corrupción crónica y endémica y el férreo condicionamiento externo. Y además, con estas elecciones, por primera vez una generación que nació y se crió en democracia elegirá presidente. Puede tratarse de algo poco significativo, de un recurso remanido que no traduce nada. Dependerá del interlocutor. Hace días, alguien recordaba que en España varias generaciones pasaron soñando, luchando por conquistarla y nunca llegaron a conocerla plenamente. La democracia es un ámbito donde los fanáticos y exacerbados encuentran un límite, la barbarie se contiene y la civilización, con cada uno de los sufragios emitidos, da un paso hacia adelante. En la medida que se lo haga con verdadera responsabilidad, podrá deparar satisfacciones ciertas -hoy por hoy impensables- y un horizonte en común. 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