| | Editorial Trasplantes: donar es lo que vale
| El reciente caso de Guillermina, una niña de trece años que recibió en Rosario un exitoso trasplante de corazón, reactualizó un tema que constituye -si se lo analiza con la profundidad que amerita- una auténtica radiografía del estado moral de una sociedad. El hecho clave, que no constituye por otra parte ningún descubrimiento, es este: la jovencita cuya vida fue salvada en un sanatorio de esta ciudad gracias a una compleja intervención quirúrgica no hubiera atravesado tan difícil trance de no ser por la generosidad enorme de una familia jujeña que, en medio del mayor dolor imaginable, optó por ser solidaria. Su más que elogiable decisión permitió cambiar, literalmente, una vida que ya se había ido por otra que aún latía, pero estaba en peligro. Y hoy la sonrisa de Guillermina -tierna y abnegadamente cuidada por su familia- permite comprender con exactitud inigualable los frutos de una resolución tan difícil, sin dudas, como encomiable. Por tales razones sigue resultando inentendible la resistencia de tantos argentinos a donar sus órganos. Ante la falta de donantes, justamente, es que se extienden las angustiosas listas de espera de pacientes que aguardan por un órgano que muchas veces no llega. Y cuando ese órgano no llega, un ser humano es el que -más tarde o más temprano- se va. Los argumentos no pueden, en relación con este ríspido tema, ser novedosos. Pero su reiteración constituye un deber impostergable, sobre todo desde la tribuna masiva de los medios de comunicación. Miedos y desinformación se suman en este caso, efectivamente, para dar forma a un coctel problemático, que desemboca en actitudes vinculadas con la esfera del individualismo y hasta de la indiferencia. Cada vida que se salva a partir de una donación de órganos debe ser recordada hasta el cansancio, porque constituye un ejemplo irrefutable de lo mejor de la condición humana.
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