Año CXXXVI
 Nº 49.819
Rosario,
lunes  21 de
abril de 2003
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La enseñanza de Günter Grass

Pablo de San Roman

Günter Grass, escritor alemán, recibió el premio Nobel de literatura en 1999. Como los grandes escritores, dicen, no tuvo época. Pero éste sí la tuvo: su obra fue centralmente elaborada luego (y durante) la Segunda Guerra Mundial.
Le tocó escribir sobre la reconstrucción de Alemania; sobre su renacimiento y su recuperación social y política. Afiliado a la socialdemocracia de Willy Brandt, escribió en 1972 una de sus obras principales: "Del diario de un Caracol".
En ella relata sus travesías políticas, sus discursos, su militancia y su enorme pasión por volver a ver una Alemania viva en términos de sociedad y de cultura. Cuenta cómo el progreso de un país (más cuando viene de una tragedia tan descomunal) es como el deslizamiento de un caracol: lento, requiere de un enorme esfuerzo de construcción y desconfía de los pasos abruptos.
Lo aplica allí, al enorme esfuerzo que Alemania debió hacer para recuperar su vida. Para revivir los estímulos de su sociedad civil y desprenderse del densísimo lastre de la experiencia nazi. Dice Grass que renacer como sociedad implica comenzar a movilizar aquellos reflejos que aún quedan sanos. Paulatinamente. Dolorosamente.
¿Por qué se recurre a esta analogía? ¿Cuál es la enseñanza? Pues esa misma. La de entender, en estos tiempos de cambios vertiginosos, que las sociedades, como los hombres, para cambiar y evolucionar necesitan tiempo. Que esta ilusión de las transformaciones abruptas y definitivas no son tan literales como el lenguaje de la fuerza (y el de la economía, muchas veces) intenta demostrar.
Es verdad que los recursos tecnológicos y científicos permiten acortar los plazos y, en algunos casos, hacerlos desaparecer. Que la guerra tiene un poder de disuasión terrible y abrumador. Pero luego, son los tiempos humanos, los del sufrimiento y de la sociedad, los que cuentan de una manera definitiva.
Lo que el mundo vive hoy es una antítesis de este pensamiento. Se vive en un contexto donde todo parece inmediato y avasallante. Donde la fuerza y el derrotero militar hacen que modificar culturas y reformar comportamientos aparezcan como cosas del quehacer diario. Muy posiblemente, el éxito de las estrategias que ahora afrontan los propiciadores de esta lógica -en la edificación de un nuevo orden- dependa de su comprensión de los tiempos humanos.
Resulta inverosímil creer que un pueblo -como el iraquí, ahora- pueda resurgir velozmente de su desgracia con un sistema político nuevo, y con una cultura de convivencia diferente. Que en pocos meses estemos hablando de una nación democrática, o pluralista, cuando los propios habitantes no han oído hablar de ello durante años.
La crónica mediática intenta poner todo -lo pone- en términos absolutos. Lo que antes era una dictadura atroz, hoy puede surgir como una democracia solvente y predispuesta a un futuro mejor. Lo que antes fue una tiranía, mañana será un ejemplo de racionalidad y tolerancia. Pues esto, debe advertirse, no es tan simple.
Algo similar ocurrió luego de la caída del muro de Berlín. Cuando todo el mundo -incluido el mundo intelectual- auguraba un destino de pluralidad para los países socialistas, sus pueblos y sus dirigentes no tenían una idea cierta de cómo debía ser esa transformación. Sencillamente, porque no la habían vivido durante años.
El tiempo que impone la información (y la necesidad de tenerla) no es el mismo que el de los hombres. Que lo sufren y lo soportan. Desde la lejanía es posible analizar la manera en que se producirán los hechos. Acertar el método por medio del cual, en algunas semanas, Irak deje de ser un país azotado para transformarse en una democracia estable. Pero cualquier cosa que allí ocurra, debe entenderse, demandará tiempo. El tiempo de los hombres.
De ello se trata la enseñanza de Grass. De ser respetuosos y entender que los tiempos de la ficción no son los mismos que los de los seres humanos. Mucho menos que los de aquellos que sufren, atravesados por guerras y castigos impunes.
La reconstrucción de Irak llevará tiempo. Mucho. Algunos de sus tesoros no participarán de esta reconstrucción. Simplemente porque han desaparecido bajo el fuego de la guerra (por caso, fragmentos originales del Corán). Restará ver el impacto que su regeneración tendrá frente al resto de las naciones vecinas, y la profundidad con que la democracia resurja en la región. Pero, tengamos por seguro, ello no ocurrirá con la inmediatez y voracidad que los medios pretenden.



El escritor alemán Günter Grass, Nobel en 1999.
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