| | Panorama político Puede evitarse la segunda vuelta
| Héctor García Sola
Prácticamente todos los pronósticos electorales vaticinan que habrá dos elecciones para elegir al próximo presidente de la Nación, e incluso varios candidatos proclaman que su meta electoral no consiste en ganar sino en llegar a la segunda vuelta porque en este turno juegan realmente su chance (algo así como salir a la cancha perdiendo para revertir el resultado en el segundo tiempo con el auxilio de otros jugadores). El sistema de elección del presidente (doble vuelta excepto que el primero obtenga más del 45% de los votos válidos o que, obtenido el 40%, supere al segundo por más de 10 puntos), aparece como un mecanismo complejo, sofisticado y sin correspondencia con las calamidades que soportan todas las instituciones básicas del país. Desde hace más de una década y, atravesando el gobierno de todos los rubros partidarios, la Argentina tiene formalmente declaradas en emergencia la situación social, la administración pública, la economía, el sistema financiero, la relación cambiaria, los contratos y las obligaciones privadas. Hace ya largo rato que el Estado ha dejado de ser un sujeto de derecho en pie de igualdad. Simultáneamente, la ola de criminalidad y de violencia le disputa al Estado el monopolio técnico de la fuerza. Con la mitad de la población debajo de la línea de pobreza, al mismo tiempo se asiste a una profunda desculturización del trabajo. Un nuevo orden internacional que se avecina, sin precedentes desde la conclusión de la guerra fría, toma al país totalmente degradado en su credibilidad externa. Bien se entiende que, como lo recalcan los más calificados y objetivos analistas, el próximo presidente tendrá que afrontar y levantar o comenzar a levantar la más pesada hipoteca que haya recibido presidente alguno desde nuestra organización nacional, incluidos el inventario y el sinceramiento de todo lo que hasta ahora se ha prorrogado y permanece guardado debajo de la alfombra. Es el caso de preguntarse, entonces, si un candidato derrotado en los primeros comicios puede transformarse en el presidente ungido por la segunda vuelta que concentre el peso específico de legitimidad, las espaldas suficientemente anchas y la fortaleza de liderazgo como para afrontar y resolver o comenzar a resolver las circunstancias históricas calamitosas o, por el contrario, si éstas terminarán otra vez por devorarlo, entre otros factores invocando o industrializando la fragilidad de su origen. Para la respuesta presumiblemente correcta no se puede evadir un dato certero: desde la reinstalación democrática en 1983, con excepción de Carlos Menem, ningún presidente electo o designado por la Asamblea Legislativa pudo permanecer hasta el último día de su mandato constitucional o delegado. A todos los naufragó la crisis, en varias áreas sin la intensidad de la actual. Es un espejo reciente en el que podemos mirarnos reflexivamente. La previsión constitucional de la segunda vuelta no entraña un mandato inexorable, ni una regla que deba cumplirse sí o sí por el rigor de su presupuesto matemático. En última instancia, lo que la Constitución apetece es la instalación de un poder eficaz con base en el voto popular, que persiga "el interés nacional" como única ideología posible de un gobierno y que continúa corporizándose en su "preámbulo". El derecho del que salió segundo en los primeros comicios no solamente es jurídicamente renunciable, sino que se toma moralmente exigible la renuncia a una mera chance cuando la diferencia con el que salió primero no es insignificante aunque matemáticamente no alcance a los diez puntos. El segundo en los primeros comicios posee un derecho electoral simple, que por razón de rango de los derechos debe ceder frente al derecho superior que subyace en la comunidad y que realmente exige la Constitución que, parejamente, ambicionan el "poder eficaz" como prerrequisito para intentar afrontar con éxito la crisis inédita. Resultaría ridícula una tesis constitucional que tolera la renuncia al ejercicio efectivo de la presidencia de la República, como ocurrió en dos oportunidades de distinto origen en los últimos años, y que se presenta no tolerando la renuncia a la posibilidad de ser presidente por el segundo en los primeros comicios. Si el 27 de abril el primero supera al segundo por una diferencia significativa, aunque no alcance a los diez puntos, el segundo debe renunciar a la segunda vuelta y facilitar la consagración del primero, porque así lo impone el tamaño de respaldo necesario para que el país flote y mire hacia un destino congruente como para ser nación en el mundo moderno. En la hipótesis matemática que estamos manejando, si el primero y el segundo en el comicio originario son "justicialistas", la renuncia del segundo para ensanchar las espaldas del que salga primero se transforma en un dato de fidelidad y de amor a la historia del Movimiento: debe suponerse que no en vano el "día del renunciamiento" en homenaje a Eva Perón, y la verticalidad decretada por el mismo Perón, "primero la Patria, después el movimiento y luego los hombres" integran con cabal actualidad la entrañable religión civil de un movimiento pluriclasista que en definitiva termina por resultar el barómetro de la política nacional.
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