Pablo cuenta que tiene 20 años y prefiere no dar su apellido. Dice que la policía lo persigue y confiesa que tiene miedo. Mientras habla, el ojo izquierdo no para de lagrimearle. Afirma que lo lastimó un itakazo disparado por un agente del Comando Radioeléctrico cuando lo detuvo junto a otros dos chicos por un supuesto delito que él jura que no cometió. Al margen del resultado que arroje el proceso judicial que le siguen por esa acusación, Pablo ya está purgando algo demasiado parecido a una condena: la visión de ese ojo, según los especialistas que lo atienden, nunca volverá a ser óptima. El dictamen de un médico oftalmólogo dice que el ojo izquierdo de Pablo sufrió un "traumatismo ocular severo con ruptura coroidea hemovitrea". Más allá de los tecnicismos, está claro que se trata de una lesión grave. Es más: tuvieron que hacerle una cirugía estética para corregir las huellas de la herida justo debajo del ojo. Lo que ya no podrán hacer, afirman los médicos, es que con ese ojo vuelva a ver como antes. A Pablo lo hirieron al 4 de febrero. El afirma que había estado jugando al fútbol con otros chicos frente al Parque del Mercado, en la zona sur, cuando fue interceptado por un patrullero del Comando Radioeléctrico. Esto ocurrió mientras caminaba hacia el este por la calle Gutiérrez, rumbo a su casa, junto a otros dos chicos mayores de edad y tres menores. Ni bien los policías bajaron del patrullero, uno de ellos apretó el gatillo de su Itaka y le disparó a quemarropa. Es lo que dice Pablo. El afirma que recibió varios perdigonazos (muestra las huellas, todavía visibles) y que se desmayó por el susto y el dolor. Estaba tan aturdido que ni siquiera pudo ver el número del patrullero. Todavía recuerda un par de frases de los policías que lo agredieron. "Ustedes no miren y váyanse", cuenta que le dijeron a los menores. La otra es todavía más significativa. "¡Le pegaste!", jura que le escuchó gritar a uno de los agentes al compañero cuando vio a Pablo malherido y sangrante. A él le parece que al menos el que disparó estaba algo borracho. Del lugar del hecho lo llevaron a la comisaría 11ª y lo acusaron de una tentativa de robo. Estuvo varios días detenido, los últimos en la seccional 18ª. Le abrieron un sumario y luego una causa judicial que todavía está en trámite, aunque en el mismo juzgado está el expediente que se abrió por su denuncia sobre este episodio. ¿Sabe o imagina por qué lo agredieron? Pablo dice que no y afirma que la seccional 11ª lo persigue desde que cumplió 18 años y su madre sostiene que un día le dijeron: "Cuando podamos, lo dejamos pegado". Además, jura que todos los antecedentes policiales que tiene se los fabricaron y sus abogados, Pablo Melvin y Francisco Broglia, lo avalan. Si cometió o no un delito es una cuestión que ahora debe dilucidar la Justicia. Las secuelas de aquel itakazo en medio de la noche, en cambio, ya no tienen remedio.
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