| | Editorial Arboles y desidia
| El caso de la plaga que está destruyendo los árboles del parque Urquiza merece, aunque superficialmente parezca pequeño, una reflexión en torno de la crucial importancia que la forestación tiene en los espacios urbanos, aspecto que no pocos ciudadanos de Rosario ignoran o subestiman, sobre todo en ámbitos de decisión cuya injerencia para mejorar las cosas podría ser clave. No hace falta poseer un grado supremo de conocimientos botánicos para detectar la magnitud del problema. Ejemplares añosos de gran belleza y utilidad aún mayor -¿o no proporcionan a los hombres sombra y refugio?- ya han sido víctimas o están en vías de serlo de una maleza parásita, el clavel del aire, que priva de oxígeno y nutrientes a las especies que ataca. Gran parte del parque Urquiza está sufriendo las consecuencias de la temible plaga, cuyas semillas son pequeñas y se diseminan con extrema facilidad a partir del viento. Una vez que se asientan en un árbol provocan la muerte ininterrumpida de troncos y ramas, ya que dificultan la capacidad de fotosíntesis, respiración y transpiración. Para comprobarlo, basta situarse bajo los árboles afectados y dirigir la mirada hacia arriba. Sin dudas han existido aquí descuido y negligencia, que permitieron el avance del clavel del aire sobre la maravillosa flora del parque situado a la vera del río. Y preocupa, por supuesto, que esta actitud se extienda a otros espacios verdes de la ciudad cuyo deterioro resulta ostensible, si bien se debe a otras razones entre las cuales no pueden lamentablemente excluirse la desaprensión y vandalismo de los propios ciudadanos. De que los árboles traen aparejadas molestias no cabe ninguna duda. Pero de que los beneficios que proporcionan a los seres humanos son infinitamente mayores que los problemas que puedan provocar, tampoco debería haberlas. Con un adecuado mantenimiento, la proliferación de ejemplares arbóreos en el ejido urbano rosarino debería ser estimulada hasta el cansancio. Complementariamente, habría que educar a la población acerca de las ventajas de residir en un ambiente donde el verde no se encuentre ausente. ¿O no son la belleza y el sosiego que entregan los árboles parte central del encanto que los rosarinos emigrantes hallan, por ejemplo, en la cercana Funes?
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