| | Instrucciones para entender las intenciones
| José Cura / Especial-La Capital
Dijo una vez Don Rosendo: "Amo tanto a los niños que cuando estoy con ellos no puedo resistir el comérmelos a besos". No tardó en pasarse el tema de boca a oreja más de un par de días. Al cabo de ellos se apersonó la policía en casa de Don Rosendo con acusaciones de canibalismo. "Lo han denunciado pues se supo que usted come niños", dijo el agente. Fuera de contexto, entre "Don Rosendo come niños" y "cuatro paredes y un techo", no hay ninguna diferencia. No me preocupa el gratuito menosprecio a mi carrera que, para aplacar la iracundia ciega, es utilizado a modo de desahogo pueril. A las pruebas me remito. Tampoco me sorprende la nota adjunta, claramente intencionada a ponerme en mi sitio utilizando una figura indiscutible como el admirado Alfredo Kraus. Aparte de estar de acuerdo en que él era un genio y yo no, sus loas al teatro son las mismas que repetidas veces yo mismo hiciera. La diferencia es que a mí el cariño por mi tierra, incesantemente proclamado a los cuatro vientos, me obliga a un grado de compromiso que va más allá del galanteo señorial. "Ruego a Dios estar equivocado", dije con la esperanza de que mis recuerdos sean sólo eso: recuerdos. Y que la actualidad de El Círculo sea otra. (Parece ser que lo es, bien). De allí que, al buen entendedor (léase maestro Hernández Larguía y Juanjo Cura, entre otros), no les sea necesario un manual de instrucciones para interpretar el amor en mis palabras. De todos los despropósitos leídos, una cosa me queda bien clara: las tratativas para festejar juntos en Rosario en el 2004 los 100 años de nuestro querido Teatro son desconocidas por este grupo de enfervorizados señores. Y no me sorprende: ¿quién podría pensar siquiera en hacer venir de tan lejos a un artista del montón, como yo, para festejar el centenario de nuestra legendaria casa de música?
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