El 23 de marzo de 1944 la resistencia italiana hizo explotar una bomba colocada en un tacho de basura, que causó la muerte de 32 soldados nazis alemanes. La noticia del atentado llegó rápidamente a Berlín, y pocas horas más tarde Hitler llamó personalmente a Herbert Kappler, representante de la Gestapo en Roma, y le ordenó que en represalia se fusilara a diez italianos por cada soldado alemán muerto. Después de la llamada, otro alemán murió en una emboscada por lo que el número de hombres que debían pagar con su vida se elevó a 330. Para cumplir la orden, Kappler, junto con su lugarteniente Erich Priebke y Pietro Caruso, jefe de la policía romana, se reunieron para confeccionar la tenebrosa lista de las víctimas. En la cárcel de Roma había muchas personas detenidas por actividades antinazis y sus nombres fueron colocados en la lista, pero como no alcanzaban a completar la cifra, se sumó a 75 judíos que iban a ser deportados. Así se reunió a las víctimas, entre las que figuraban desde un chico de 15 años hasta hombres de 74. El grupo fue llevado secretamente en camiones a unas viejas minas en la Vía Ardeatina, situada en el sur de la ciudad. Con las manos atadas a la espalda, los condenados fueron ejecutados mediante un disparo en la nuca. Cuando la masacre terminó, los alemanes hicieron colocar cargas de dinamita para borrar toda señal del crimen. Pero el recuerdo de la masacre no pudo borrarse. En 1945 se comprobó que en realidad las víctimas habían sido 335, cinco más que las exigidas como venganza. El coronel Kappler fue juzgado y condenado por la matanza en 1948 y encerrado en una confortable prisión de la que logró huir 30 años después. Priebke logró ocultarse durante mucho tiempo en Argentina hasta que en 1995 fue extraditado a Italia donde fue juzgado y encarcelado.
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