| | Editorial La migración a Funes
| Desde un tiempo a esta parte, el fenómeno se ha tornado notorio: cada vez son más los rosarinos que eligen mejorar su calidad de vida radicándose en la cercana Funes. Contacto con la naturaleza, sosiego y seguridad son algunas de las ventajas que ofrece la ciudad, y tales virtudes se plasman en un flujo migratorio constante. Son más de dos mil personas las que llegan cada año y se prevé un total de dieciocho mil para fines del 2003. El perfil de los nuevos residentes indica que pertenecen a estratos socioeconómicos altos y medios altos. En general, se trata de profesionales jóvenes con hijos en edad escolar y que mantienen su trabajo en Rosario. La situación, reflejada en la notable cantidad de permisos de edificación solicitados en el municipio de la vecina localidad, es —si se quiere— lógica y se enmarca en una tendencia que engloba a casi todas las grandes urbes del mundo desarrollado: no pocos de aquellos cuyos ingresos se lo permiten optan por alejarse del caótico centro de las ciudades y radicarse en la periferia. Y de tal manera se produce un curioso fenómeno: las mismas que eran, no mucho tiempo atrás, las zonas más elegantes del ejido urbano se van deteriorando, lenta pero indefectiblemente, para convertirse -si el problema no se trata a tiempo- en auténticas "tierras de nadie" que pocos se atreven a recorrer durante la noche. El intendente funense relató algunas de las vivencias de los nuevos vecinos de la ciudad: "La ausencia de polución y la cantidad de árboles los maravillan —dijo—, y muchos hicieron hincapié en que despertarse con el trinar de los pájaros es una experiencia que no tiene precio". Las razones de la partida de muchos rosarinos están claras, y se vinculan con la atractiva oferta de una vida mejor y más sana. Sin embargo, el hecho que debería preocupar en torno a esa migración incesante es el rechazo de quienes eligen irse por aquello que su ciudad les propone. En tal sentido, y pese a las mejoras infraestructurales que se han concretado en los últimos años, es notorio que a partir de la explosión de la crisis económica las condiciones de vida en Rosario se han desmoronado; y no sólo en las zonas más humildes, sino en el casco céntrico. Inseguridad, suciedad y abandono son algunos de los rasgos destacados de un paisaje que difícilmente inspire deseos de vivirlo. Es hora de que las autoridades y fuerzas vivas de la ciudad comiencen a buscar soluciones para un problema cuya resolución ya no admite dilaciones.
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