Granadero Baigorria. - La Residencia de Madres de Neonatología del Hospital Eva Perón está a punto de cumplir siete años de existencia y con ella el trabajo de un grupo de ocho mujeres que conforman las voluntarias de la residencia, quienes día a día consagran su vida en pos de la solidaridad con aquellas madres que por alguna razón tienen que permanecer en el hospital acompañando a sus bebés.
Al momento de ser creada la residencia, en la Pascua de 1996, fue la primera en la provincia y la segunda en el país. Este es un espacio dentro del hospital que se les brinda a las madres de los recién nacidos, prematuros o con alguna patología, para que puedan permanecer junto a sus hijos, y donde encuentran una cálida atención y un marco real de contención para cada una de sus necesidades.
En más de una oportunidad las madres deben permanecer "internadas" junto a sus hijos hasta que una vez superados los inconvenientes puedan retornar a su ritmo de vida normal. Esta situación tiene denominadores comunes, como por ejemplo la falta de recursos económicos que tornan más dramática la situación. En este lugar las madres encuentran un verdadero marco de contención en base al cariño y acceden, además del lugar de residencia, a ropa, alimentación y a un trabajo en conjunto con las otras madres y voluntarias en donde pueden desarrollar su propio potencial del vínculo con sus hijos.
Todos coinciden en la calidez en el trato y la convivencia que hacen que en la residencia se viva como un verdadero hogar más que una circunstancia pasajera.
La residencia cuenta con una habitación común para las madres, baños, lavadero y una confortable sala de estar. Actualmente alberga a unas 10 madres que se quedan durante un período estimado de un mes a cinco, y desde 1996 se han alojado en ella 1.683 mamás provenientes de distintos lugares, en algunos casos bastante alejados de Baigorria como Venado Tuerto o Gálvez, y que han dejado un imborrable recuerdo en las fotos que adornan la sala de estar.
Las voluntarias trabajan bajo la coordinación de una asistente social y se dividen el trabajo en dos voluntarias por día en dos turnos. Todas coinciden en dejar sus nombres en el anonimato pero afirman que lo más importante de su trabajo es el amor que se genera entre el grupo de madres, las voluntarias y los bebés. "Yo antes de ser voluntaria pasé por esto porque tuve un hijo grave y ahora siento la necesidad de ayudar y de estar en este lugar", señaló una de las mujeres.
Los ojos de las voluntarias se llenan de emoción y orgullo cuando se refieren a "su casa". "Acá nos apoyamos mutuamente tanto en la felicidad como en la desgracia, pero es tan fuerte el vínculo que se genera que las madres se van y nos siguen visitando. Hasta hemos festejado juntas algunos cumpleaños de los chicos", dijeron.
La crisis y la hora
También queda espacio para hacer mención a la cruda realidad de la crisis: "Hemos recibido a madres que han llegado con lo puesto, tenemos poca presencia paterna junto a los recién nacidos, y las mamás son cada vez más jóvenes. Nuestra labor tiene varios aspectos. Una vez llegó una mamá de la comunidad toba que no quería dormir en la cama y lo hacía en el piso. Me acuerdo que a esa mujer le enseñamos la hora para que supiera cuando le tenía que dar la leche al bebé", explicó una voluntaria.
Tal vez el tema de la profundidad de la crisis y sus consecuencias en este aspecto podría haber ocupado el centro de la escena, pero las voluntarias siempre rescatan una mirada optimista acerca del saldo positivo que queda en la cuenta del amor de una actividad tan noble como los sentimientos de sus protagonistas.