| | El cazador oculto Hacer reír es un negocio fabuloso
| Ricardo Luque / La Capital
Hace tiempo ya que el psicoanálisis convenció al mundo de que los chistes, además de hacer reír, revelan verdades ocultas. Un ejemplo vale más que mil palabras. El martes pasado, durante el programa de Susana Giménez, los Midachi admitieron que el fin último de la gira nacional que emprendieron para celebrar los 20 años del grupo es comercial. Fue Dady Brieva, quien abriendo bien grande los ojos, aseguró que el trío, en esta etapa de su carrera, sólo se presenta en estadios. Que los teatros quedaron atrás. Que resignaron comodidad por capacidad, con la sola intención de engordar los bolsillos. Hablaba en broma. Por supuesto. Aunque, ante las desprolijidades de organización de los shows del trío en Rosario, inevitablemente surge la duda sobre si el chiste, tal como aseguraba el bueno de Freud, más que humorada inocente, no fue una velada confesión. La verdad es que la serie de shows que los Midachi ofrecieron en el Patio de la Madera estuvo repleta de problemas. Hubo desperfectos técnicos, largas esperas a la intemperie, aglomeraciones, misteriosas desapariciones de acomodadores, piernas acalambradas, gritos, entradas devueltas y, sobre todo, una tremenda decepción. La víctima, como siempre, fue el público, que no sólo volvió a ver, sin que los anunciaran como un "grandes éxitos", los mismos cuadros con los que el grupo viene batallando los escenarios desde hace 20 años sino que además tuvo que soportar los múltiples inconvenientes derivados de la impiadosa organización. Pero la historia de la actuación de los Midachi en Rosario, que tan triste final tuvo la semana pasada, comenzó durante el verano. Pese a los insistentes ruegos del productor local de los shows, el grupo estaba empecinado en presentarse en el Anfiteatro Humberto de Nito, un escenario ideal para el montaje de espectáculos durante la temporada estival que, una vez que el clima se torna inclemente con la llegada del otoño, se pone cada vez más y más árido. Gracias al cielo la idea no prosperó. La solución fue llevarlos al Patio de la Madera. El amargo desenlace del culebrón ya es conocido. La codicia, por si no lo saben, es uno de los siete pecados capitales.
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