En el sudeste de Buenos Aires, la tosca se encuentra a escasa profundidad limitando la exploración radicular. No es más que carbonato de calcio, un compuesto muy duro y difícil de atravesar por las raíces o de romper mediante la labranza. El ingeniero Agustín Bianchini estima que el productor debe pensar que está produciendo en una maceta, con un suelo muy limitado al igual que la capacidad de almacenaje de agua y nutrientes. En la región se ha comprobado que la profundidad de la tosca es variable, y va desde los 80 a 20 centímetros en las partes más críticas. Eso hace que las capacidades de retención de agua sean limitadas y limiten la producción notablemente, sobre todo si se tiene en cuenta que la media de la zona en reserva de agua va entre 1,5 milímetros por centímetro de suelo. "La receta pasa por empezar con siembra directa, no remover el suelo (para no perder la poca humedad almacenada) y con el tiempo lograr una buena cobertura de rastrojos, para que se transforme en la puerta de entrada del agua que va a quedar en el suelo, sin escurrir en forma superficial o perderse por evaporación", explicó y consideró de vital importancia "cosechar el agua de lluvia que cae y comprender siempre que el rendimiento de los cultivos va a estar limitado por las precipitaciones". Subrayó además que "una medida inteligente puede ser pensar en planteos tecnológicos de rendimientos medios porque las limitantes se dan por el suelo y no por la genética".
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