Año CXXXVI
 Nº 49.809
Rosario,
viernes  11 de
abril de 2003
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Guerra en el Golfo. Los iraquíes vivirán mejor sin el régimen de Saddam
El fin de una dictadura atroz

Pablo Dïaz de Brito / La Capital

Cristiane Amanpour, la periodista estrella de CNN, comentó espontáneamente mientras la estatua de Saddam caía al suelo en Bagdad el miércoles que la escena le recordaba la caída del Muro de Berlín. Un paralelo que horas después repetirían Donald Rumsfeld y muchos más.
Y es evidente que en Bagdad este miércoles se derribó otro muro: el del miedo de los iraquíes. Ocurre que el régimen que acaba de caer era un Estado policial terrorista, que ejercía un control obsesivo y detallado de la sociedad que sometía. Según fuentes de la oposición en el exilio, en tiempos "normales" la represión provocaba 1.000 desaparecidos por mes. Aunque la cifra fuese exagerada, da una idea de cómo vivían los iraquíes y explica por qué esperaron tanto a manifestarse públicamente, no con flores para los soldados de EEUU, sino con una enorme furia hacia el régimen y sus símbolos. No por casualidad el saqueo se cebó especialmente con los edificios del poder caído. Fue un desahogo que esperó décadas contra una dictadura espeluznante.
* De esto resulta que una cosa es la opinión árabe fuera de Irak y otra la de la sociedad iraquí, que en lugar de ver a Saddam a distancia y por TV para tal vez imaginar que era el nuevo Nasser, lo sufría diariamente en persona. La presunta popularidad del dictador era una farsa. Saddam sería tal vez popular en Palestina o Egipto, pero no ciertamente en Irak. Asimismo, hay que recordar que en la guerra del 91 los iraquíes fueron llamados a alzarse por Bush padre: lo hicieron masivamente, pero en lugar de llegar los tanques de Bush vinieron los de Saddam. La represión fue espantosa. Ahora, razonablemente, esperaron a ver para creer.
* Para explicar esta furia contra el dictador caído también hay que recordar que a casi 80% de la sociedad iraquí se le negaba cualquier mínima expectativa de superación personal y social: 4 millones de kurdos y 14 millones de musulmanes shiítas sobre una población de 23 millones. Todos ellos condenados a la marginalidad política y a la pobreza crónica por los hombres del clan de Saddam. De todas formas, es claro que los únicos que celebraron abierta y masivamente fueron los kurdos en sus ciudades del norte; esto se debe a que gozan desde hace años de una administración propia bien organizada, gracias a la protección aérea aliada que alejó a los legionarios de Saddam, y a que, a diferencia de los shiítas, no se sienten iraquíes y aspiran a la independencia.
* La impresión en este momento de inevitable caos es que a la gran mayoría de los iraquíes no les parece nada mal haber pasado tres semanas de infierno a cambio de sacarse de encima a Saddam y sus 35 años de dictadura (tomó el poder absoluto en el 79, pero ya antes era una figura dominante de la dictadura baasista). Esto puede no gustar a muchos fuera de Irak, en primer lugar a la intelligentzia progresista, pero es así.
* La reconstrucción, aún con todas los evidentes problemas que tendrá, será un progreso para Irak. Y será así no porque Bush y sus halcones sean angelicales filántropos (ya se están repartiendo entre ellos y sus amigos los contratos de la reconstrucción), sino porque los republicanos y Blair se juegan mucho en la posguerra iraquí. Es clave para Bush que la gestión de Irak sea lo más ejemplar posible para legitimar esta intervención ante la opinión pública internacional, europea y árabe en particular, y la de su propio país.
Este punto es fundamental para su futuro político: busca la reelección en noviembre del 2004 y para esa fecha debe mostrar un Irak presentable, de otra forma los electores le darán la espalda y sólo recordarán los muertos propios y la enorme cuenta que deben pagar por esta aventura. También del carácter de la posguerra depende la validación de la doctrina intervencionista de Washington y su cuestionable noción de "exportación de la democracia".
* Nada de todo esto, ni el medido entusiasmo de los iraquíes por su liberación forzada, alcanza para justificar la guerra, que no debería haberse hecho por muchas razones obvias: el grave daño a la ONU y a la legalidad internacional, precaria desde siempre pero que estaba en un proceso de tímido crecimiento ahora truncado; la crisis entre EEUU y Europa, el crecimiento del sentimiento antioccidental en el mundo islámico, la aceleración de la proliferación en lugar de su disminución (el caso de Corea, pero en secreto ya deben ser varios más los que se habrán volcado a la tarea de aumentar sus arsenales no convencionales).
* Tampoco, sin embargo, se puede justificar el antinorteamericanismo en boga y la involución hacia lo peor del sesentismo antiimperialista. Fósiles vivientes pregonan por estos días un retorno a esos viejos tiempos. Bush y su guerra les han proporcionado una oportunidad inmejorable. La crítica y el rechazo a la guerra deben proponerse al modo europeo, o sea, desde los propios valores occidentales y no reivindicando el oprobioso tercermundismo, una suerte de certera "vacuna" contra el desarrollo de nuestras sociedades. Es cuestión de decidir con cuál cultura política se mira el mundo. En cualquier caso, y viene bien repetirlo una vez más, Irak siempre vivirá mejor sin Saddam que con él. Por eso los iraquíes bailaban sobre la estatua derribada por los marines.


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