| | Editorial Mártires de la verdad
| La muerte, ayer, de tres periodistas más en Bagdad, a consecuencia del impacto de misiles lanzados por el ejército estadounidense, suma nuevas víctimas a una lista insoportablemente larga -ya son doce los cronistas fallecidos desde el inicio de las hostilidades- y deja expuestos con nitidez a la vista del mundo los atroces métodos implementados por los invasores para combatir la resistencia iraquí. En este caso, como en tantos otros ya reflejados hasta el hartazgo por imágenes y palabras, vuelven a ser civiles inocentes quienes pagan con su vida el generalizado horror que constituye la guerra. A ello debe sumarse, en relación con lo ocurrido, que los periodistas que eligieron correr el riesgo de trabajar en este momento en Irak han puesto el cuerpo y representan una de las más valiosas razones de ser de la civilización moderna, la libertad de información, en cuyo nombre, sin dudas, se han inmolado. Esta columna no puede menos que dejar constancia de la profunda tristeza que los hechos de la víspera han causado en aquellos que comparten, desde trincheras mucho menos riesgosas, el oficio periodístico. El homenaje, entonces, queda reflejado. Y también, ciertamente, la indignación, mientras brota con espontaneidad una pregunta lacerante: ¿hasta cuándo? Auténticos mártires de la verdad, los hombres y mujeres que cubren minuto a minuto las sangrientas alternativas de una conflagración evitable se erigen, paradójicamente, en símbolo de los mismos valores que la invasión anglonorteamericana parece haber dejado de lado y que sin dudas encarnan lo mejor del espíritu de Occidente. Se trata, por cierto, de aquellos cuyo origen se remonta a la Revolución Francesa y que refieren a las libertades individuales. Entre ellos y las brutales tácticas bélicas aplicadas en la invasión existe un abismo: no resulta difícil llegar a la conclusión de que los "remedios" aplicados en el país islámico son mucho más dolorosos que el mal que pretendían extirpar. Ahora resulta demasiado tarde para lamentaciones: cabe plantearse, apenas, el futuro de una nación devastada y recordar a quienes pagaron con su vida una decisión, cuanto menos, cuestionable, y cuanto más, brutal, soberbia e innecesaria.
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