| | cartas Al colegio La Salle
| Nuevamente y desafiando a todos los avatares de estos tiempos, las aulas de las escuelas se han ido poblando de sus cotidianos habitantes: los alumnos. Nuevamente, esa relación única maestro-alumno se ve envuelta por la magia de la tiza y el pizarrón, de cuadernos y lápices de colores (para los más pequeños), de carpetas y uniformes desprolijos, de compañerismo cómplice, de picardías y emociones (para los más grandes). Otra vez la incertidumbre del nuevo año... otra vez la escuela funcionando a pleno... Es éste para mí, como madre, tiempo de añoranzas porque mi hijo Martín terminó de cursar 5º año. Pero sobre todo, es tiempo de agradecimientos a la institución que durante casi catorce años fue para él su segundo hogar. A ese colegio conformado por personas que, contemplando situaciones y atendiendo diferencias, supieron comprender y reprender, apoyar y librar, criticar y valorar cada una de las acciones de mi hijo. Agradecer por todas las veces que en plena adolescencia lo miraron con cariño como a un niño y en su niñez lo hicieron con la seriedad que impone la esperanza. Porque no sólo lo conocieron por su nombre (y su sobrenombre), también lo hicieron por sus gustos, sus caprichos, sus virtudes y defectos. Y todo eso lo hizo sentir importante, que no era anónimo, que su vida estaba ligada a todos y a cada uno, que la escuela le pertenecía y él pertenecía a la escuela. Agradecer porque todas las veces que como familia nos acercamos tuvimos la sensación de que estábamos en una escuela no de puertas abierta sino de corazón abierto. Las palabras para dar gracias son pocas, quizás porque el significado de esa palabra es grande, rico. Por eso ¿qué más puedo decir para agradecer al colegio La Salle, a sus docentes y directivos, porteros y administrativos? Asegurarles que lograron que Martín fuera con alegría a la escuela (aunque a veces los resultados cuantitativos se empeñaron en demostrar lo contrario). Que todo lo vivido en las aulas, patios y capilla será uno de los tesoros que guardará en la memoria del alma. Y desearles que la obra que realizan, inspirada en San Juan Bautista de La Salle, siga siendo fructífera y bendecida, porque con su diario caminar hacen realidad la invitación evangélica: "Dejad que los niños vengan a mí". Nora Fernández de Nuño
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