Víctor Cagnin / La Capital
Esa franja significativa de la ciudadanía, bienpensante, crítica e inflexible, amiga de hacer memoria y capaz de todo empeño si la causa es noble, aún sigue sin saber qué será de ellos el próximo 27 de abril. Justo en abril, cuando las ideas deberían haber madurado naturalmente, a punto tal de caer sin mayor esfuerzo. Y nada permite indicar que ello podrá suceder. Esa gente está agotada. No vacía. La han vencido con despropósitos, llevándola por caminos infranqueables, impidiéndole con ardides ejercer los derechos constitucionales, cambiándole todas las reglas del juego de la noche a la mañana. Se trata de personas discretas y pudorosas, que han aportado durante muchos años creyendo en una devolución. Y no hubo ni hay devolución; en muchos casos, ni siquiera constancia de sus aportes. El sistema entró en convocatoria, les dijeron; ahora ustedes deben esperar la resolución de la Justicia. Y no hay Justicia. Por lo tanto, han debido callar ante sus hijos, cuando no ante sus nietos, por su candidez manifiesta. Ellos no encuentran conductas ejemplares para indicarles el camino del bien y del progreso. Han pecado reiteradamente por ingenuidad en la cuna misma de la viveza y no encuentran consuelo. Se refugian en los libros, en cines, en parques; miran correr el río, esperando el cambio, como lo enunció Heráclito; pero no, qué va a cambiar. Buscan infructuosamente en la televisión y caminan apresurados, como sin tiempo para detenerse, pese a su destino incierto. Todavía mantienen un buen gusto para el hogar, para vestir y alimentarse. Y si tienen la oportunidad, saben elegir calidad y calidez. Son aquellos argentinos europeizados, alguna vez latinoamericanizados, que se han vuelto públicos y sin cobertura. Están expuestos como nunca, pero siguen manteniendo la formalidad y la prudencia del ámbito privado. Es que legítimamente deberían estar allí, activos, resueltos, competitivos, y fueron compulsivamente desalojados o despojados. Estas personas son de primera, se han esforzado, merecen un reconocimiento y una mejor perspectiva. Tienen sus cosas, sí, por qué negarlo. Se han mimetizado con demasiada facilidad. Pero con el tiempo han aprendido a tomar distancia de los discursos y de los que discurren. Y no deben, ni quieren esperar a jubilarse para preguntarse si sus vidas han resultado en vano. Por el contrario, quisieran darles el mayor contenido posible, aquí y ahora. Suelen ser pacíficos, tolerantes, conversadores y un poco conservadores, en el mejor sentido. Responden a las encuestas, a las ofertas telefónicas y a las campañas para trasplantes. Escriben cartas de lectores, llaman a las radios y a los canales. Están informados, demasiado informados y desmotivados. No logran engancharse, cargarse las pilas, plantearse un desafío y darle continuidad. Golpearon las cacerolas, salieron a las calles, se gritaron todo y volvieron a casa. Pasaron a otra cosa. Obviamente, no era responsabilidad de ellos la gobernabilidad del país. Ese sector de la sociedad no es fácil de atrapar. Se mueve con insolencia sobre el mapa político. Tiene argumentos tanto para descalificar como para justificar a un candidato. Si se lo procura, puede hacerlo extensivo a todos. Inmerso en la más absoluta desazón, se ha vuelto altivo, táctico, hermético. Y espera sin demasiada preocupación que las horas hacia la jornada electoral transcurran. Es una franja sin un núcleo visible, aparente, pero siempre habrá un hecho que la nuclee. Puede modificar el rating, convertir en hit un tema o pasar a retiro al mejor referente si éste ha vacilado. Ha quedado resentida y en consecuencia su reacción es poco previsible. Un gesto concreto de buena voluntad hacia ella puede devolverle la autoestima y sabrá agradecer con creces. Aunque esa señal no debe conllevar especulación alguna. Si algo despierta expectativa en estos días en la Argentina, más allá del drama lacerante y espantoso de la guerra en Irak, es saber cómo resolverá sus cavilaciones este sector de la sociedad. En las elecciones del 83, mientras se quitaba el moho verdeoliva de la dictadura, sorprendió a analistas de cualquier orden con un aluvión de votos hacia Alfonsín. Cuatro años después, comenzó un romance con el justicialismo que duró doce años. Desencantado con los daños colaterales de la globalización y la corrupción coterránea, giró hacia la Alianza. Y allí fue abandonado, sin mayores explicaciones. De allí a hoy todo resulta bastante caliente y conocido. Retraídos por despecho y desconsideración, han dejado seguir actuando a todo el arco político, exponiéndolo en su completa precariedad de ideas y programas. El escenario sigue siendo el mismo, aunque por este país, quienes se quedaron, ya están dispuestos a soportar cualquier costo para seguir en él. El guión, desde luego, la democracia, se recuerda: el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Y un último dato, esta franja de personas francas y reflexivas, imprescindibles para toda sociedad que se precie como tal, ha logrado sobrevivir a tanta negligencia, arbitrariedad y desplante, por su notable sentido del humor. Cuando el drama parece ahogarla definitivamente, quitándole todo instrumento de esperanza, apela a la risa y una vez más su humanidad vuelve a respirar. Es posible entonces que ahora estén agotados, desconcertados y escépticos frente a la oferta, pero aún se defienden con el humor y el próximo 27, con la mejor cara de circunstancia, son capaces de hacer reír a cualquiera. No lo deseche. [email protected]
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