Año CXXXVI
 Nº 49.807
Rosario,
miércoles  09 de
abril de 2003
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Procesan a un sereno que mató a un joven de un golpe de hacha
Admitió que bebían juntos cuando lo asesinó. Pero que lo hizo para evitar un robo

Jorge Salum / La Capital

"Quedó como una sandía", dijo Miguel Angel Cabrera con una frialdad que impresionó a sus interlocutores, entre ellos al juez de Instrucción Adolfo Prunotto Laborde. Fue cuando confesó que había sido él quien mató a un muchacho con un certero hachazo en la cabeza. Acaso por sus limitaciones, el homicida no encontró otra manera de describir cómo fue aquel episodio.
El crimen ocurrió el 2 de febrero de este año y ahora, al cabo de una breve investigación, el juez Prunotto Laborde procesó a Cabrera por homicidio con alevosía. No se necesitaron muchas pesquisas para descubrirlo y la prueba más fuerte para acusarlo es precisamente su propio relato. "Lo maté porque él quería robarme", dijo el día que lo detuvieron. Después lo repitió puntillosamente en el juzgado.
Cabrera, de 34 años, era sereno en un galpón de Mendoza al 9900. Allí solía reunirse con Claudio Espíndola, de 20. Según vecinos del barrio, pasaban muchas horas juntos, casi siempre bebiendo.
Aquel día Espíndola llegó a media tarde y como tantas veces compartió con Cabrera unos cuantos vinos en cajita. Cerca de la medianoche, el sereno salió a buscar a un vecino y lo llevó hasta el galpón para mostrarle algo. "Mirá lo que pasó", fue todo lo que le dijo.
El involuntario testigo se puso pálido al ver la escena. Sobre el suelo, tirado entre un montón de cables viejos y algunas herramientas, vio el cuerpo de Espíndola. Estaba boca abajo y tenía un hacha clavada en medio del cráneo. Al lado del cadáver también había una maza, que estaba ensangrentada.
El testigo se fue lo más rápido que pudo del lugar directamente a la comisaría del barrio. Una patrulla se dirigió de inmediato al galpón pero no encontró a Cabrera. A esa altura ya era el único sospechoso.
Los policías salieron a buscarlo por el barrio pero lo encontraron un rato más tarde en la misma escena del crimen. Extrañamente, Cabrera había regresado, aunque no les resultó fácil arrestarlo porque resistió a golpes. "Busqué a un vecino para que me ayudara a limpiar y como se puso pálido, me fui a tomar un trago", confesó. Había vuelto con la intención de desprenderse del cadáver. "Lo iba a tirar a un zanjón", dijo.
Después todo se precipitó. Cabrera admitió que había sido el autor del crimen y dijo que lo hizo porque pensó que Espíndola pensaba robarle. Habló de un atraco anterior y dijo que ya había pensado que si volvieran a intentarlo, mataría al ladrón.
Pero lo más impresionante fue su frío relato sobre los detalles del crimen. El mismo contó cómo esperó un descuido de Espíndola, que finalmente se produjo cuando el muchacho se agachó para tomar algo del suelo. En ese momento lo golpeó en la nuca con la masa y cuando la sorprendida víctima todavía estaba aturdida, le atravesó el cráneo con el hacha, una herramienta que el homicida manejaba con gran destreza.
Espíndola dio otra muestra de su frialdad cuando contó un detalle que ocurrió entre el primer golpe y el definitivo: "No esperaba esto", reveló que le dijo el muchacho dolorido por el mazazo y absolutamente indefenso.
La defensa de Cabrera, ejercida por un abogado del Estado, intentó argumentar que actuó en defensa propia. Sin embargo, no hay indicios de que Espíndola lo hubiese atacado. Para el juez Prunotto Laborde se trató de un homicidio agravado por la alevosía ya que la víctima ni siquiera tuvo la oportunidad de defenderse. El procesamiento incluye la figura de la resistencia a la autoridad -por lis incidentes que provocó cuando fueron a detenerlo- pero la defensa apeló la medida.



Espíndola fue asesinado en Mendoza al 9900.
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