Año CXXXVI
 Nº 49.806
Rosario,
martes  08 de
abril de 2003
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Guerra en el Golfo. La segunda ciudad iraquí está bajo control aliado
Después de su caída, Basora se convierte en una gran ciudad sin ley
Un ejército de rateros invadió las ruinas. Los soldados británicos prefieren no actuar para no generar roces

Beatriz Lecumberri

Basora. - Una imparable multitud de hombres y mujeres se apoderó de las calles de Basora: la anarquía y la ley del más fuerte se impusieron tras más de 10 días de combates. Aprovechando el caos la ciudad entera fue desvalijada por ciudadanos encolerizados contra un régimen agónico que les dejó de lado durante años. La universidad, ministerios, organismos oficiales y casas de miembros del partido Baas -en el poder en Bagdad- fueron objetivos prioritarios de estos miles de ciudadanos, convertidos ayer en ladrones una vez que los tanques británicos penetraron en el corazón de la ciudad.
El vacío de autoridad dejado por las tropas en su ofensiva fue total y la ciudad entera, donde viven 2 millones de habitantes, se convirtió en botín de una población paupérrima, ávida de bienes materiales. "Antes de que las tropas llegaran en Irak había un 100% de seguridad. El gobierno era fuerte e impedía que la gente robase. Pero ahora, esta gente me puede matar aquí mismo para llevarse mi automóvil", explicó un ingeniero naval de la ciudad llamado Mohammad.
Las sedes del ministerio del Petróleo, de la comisión de electricidad nacional, del Banco Central y otros organismos oficiales, seriamente afectadas por los bombardeos, se vieron invadidas por un ejército de ladrones, que a pie, en carretas arrastradas por burros o en automóviles que circulaban en cualquier dirección cargaban sus preciados tesoros.
"Estamos robando al gobierno que nos quitó todo y sólo dio bienestar a una parte del país. Ahora el régimen no existe", aseguraba un joven que cargaba con ayuda de amigos una gran mesa, sillas y estanterías. Las sonrientes imágenes de Saddam, intactas en la mayor parte de la ciudad, eran testigos mudos de este desastre que llevará meses o años reparar.
En el vecino campus universitario, el espectáculo era desolador. El edificio, aún humeante por los ataques y lleno de impactos de proyectiles en sus paredes, fue invadido por un ejército de rateros. Primero entraron a pie, después con automóviles, decididos a llevarse todo: mesas, sillas, aparatos de aire acondicionado, inodoros, cuadros, estanterías, libros.
"Este es el futuro de nuestros hijos. Sin universidad, sin colegios ¿cómo seremos un pueblo de verdad?", decían desesperados algunos ciudadanos, reprochando a los soldados la falta de protección que brindaron. A pocos metros, Fadila arrastraba un ordenador y lo defendía, con su inmenso cuerpo vestido de negro y la autoridad que dan los años, de aquellos que intentan arrebatárselo. Al igual que muchas otras mujeres iraquíes de su edad, nunca aprendió a leer y quién sabe lo que hará con semejante aparato.
"Claro que necesito esta televisión. Estoy esperando a mi marido para llevarlo a casa en el automóvil", recalca, sin querer creer que el objeto nunca le servirá para lo que ella está imaginando.
Impasibles, más de 20 tanques que entraron en el campus horas antes no hacen nada para impedir el desorden y siguen construyendo un muro de protección con excavadoras y rodeando con alambres de púas lo que será su cuartel en los días venideros. "Tenemos dos opciones: les disparamos o les dejamos seguir. Por el bien de todos, cremos que la segunda opción es la mejor", explicó un soldado.
Los militares admiten su responsabilidad en este vacío de autoridad. "No hay forma de pararlos. Son gente pobre, reprimida por el gobierno y ahora creen que están robando lo que en los últimos años este régimen les arrebató" explica el lugarteniente Hugh Blackman. (DPA)



Niños buscan las golosinas que les dan los soldados.
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