Bagdad. - Hombres vestidos de manera desigual y con un armamento improvisado se reagruparon en todas las esquinas de Bagdad que conducen al Palacio de la República, cerca del río Tigris, que fue atacado el en la mañana de ayer por las tropas norteamericanas.
En la avenida donde está ubicado el ministerio de Relaciones Exteriores, milicianos ataviados con prendas deportivas de distintos colores o vaqueros, fuerzas especiales con ropa de camuflaje y soldados en uniforme verde aceituna, algunos de ellos con un tocado tradicional en la cabeza, otros con cascos y los más atrevidos sin nada, apuntaban con sus armas hacia el palacio presidencial.
Uno de ellos lanzó una ráfaga y de repente el grupo se ocultó detrás de un muro sin que fuera posible determinar el objetivo, ya que una tormenta de arena impedía la visibilidad.
Las carreteras que llevan al inmenso complejo presidencial estaban bloqueadas por piedras, cajas y otros obstáculos, mientras que los combatientes iraquíes se protegían detrás de terraplenes o de las columnas de los edificios.
En la calzada, un miliciano yacía en medio de un charco de sangre sin que nadie se molestara en retirarlo debido a que el ruido anunciaba combates cerca. Tres de sus camaradas replegados detrás de unos sacos de arena hacían señales a los automóviles para que dieran media vuelta y advertían con sus manos del peligro mortal que suponía continuar el camino. Los automovilistas obedecían desandando el camino a toda velocidad, con sus neumáticos chirriando.
Todo el sector olía a pólvora. Cerca de la zona de combate, donde una muchedumbre solía darse cita para viajar a las localidades shiítas de Kerbala y de Najaf, en el sur, la estación de ómnibus de Al Alaui estaba desierta.
En una calle paralela, cientos de civiles desamparados llamaban a gritos desde lo lejos a coches privados con la esperanza de abandonar Bagdad o simplemente regresar a su domicilio.
Camiones embarrados transportaban combatientes hacia una dirección desconocida. Los taxis casi desaparecieron de la localidad. "Acabo de terminar mi turno de guardia en el hospital militar al Rachid donde las camas están ocupadas al 80%", afirmó un médico que llevaba en la mano una maleta.
Sin afeitar y con cara cansada, intentaba volver a su casa a dormir en Faluja, 30 kilómetros al oeste de la capital, antes de comenzar otra noche difícil. "Oí decir que había combates en el palacio presidencial pero no vi nada", agregó.
Hombres armados patrullaban la orilla Karaj, donde se encuentra la mayoría de los edificios oficiales. Algunos sostenían Kalachnikovs, otros llevaban lanzacohetes y municiones en la espalda como las flechas de los indios de las películas del oeste norteamericano, mientras otros estaban tumbados detrás de ametralladoras pesadas.
Hacinados en el hospital
La carretera que lleva al hospital Yarmuk, donde la mayor parte de los heridos están hacinados desde el comienzo de la batalla de Bagdad, estaba cerrada a la circulación de los automóviles civiles y resultaba imposible acercarse al establecimiento. En el hospital Kindi, la dirección dio cuenta de tres muertos y 50 heridos.
Cerca del antiguo aeropuerto Muthanna, hombres armados avanzaban a lo largo del muro del recinto, en cuyo interior se veía armamento pesado.
Esta parte de la localidad está desierta. Los habitantes se encerraron en sus casas y ningún comercio abrió sus puertas, lo que contrasta enormemente con la otra orilla.
En Russafa, los establecimientos comerciales estaban abiertos, algunos restaurantes asaban pollos en plena calle y tenderetes desprendían olor a té. A primera hora de la mañana se formaban largas colas delante de las panaderías. (AFP)