María Laura Cicerchia / La Capital
Un amor pasajero se convirtió en un comprometedor indicio en su contra para el acusado de participar, junto a dos cómplices, del robo de 70 mil pesos a una oficina del Banco Francés en el barrio de Arroyito: lo reconocieron por el tatuaje de un nombre de mujer que se había grabado en la nuca y que luego intentó borrar cuando terminó el romance. Por esa y otras pruebas un juez lo procesó como autor del atraco y por portar armas de guerra. A la vez, instó a la policía a detener a otros siete sospechosos y abrió una causa para investigar el incumplimiento de medidas de seguridad por parte de la entidad bancaria. El 12 de noviembre de 2002, a las 11.20 de la mañana, tres hombres bien vestidos irrumpieron entre los abuelos que hacían cola para cobrar sus haberes en la sucursal de Avellaneda 778 bis del Banco Francés, donde sólo se realiza el pago a jubilados y pensionados. A causa de su buen aspecto no llamaron la atención hasta que uno de ellos, delgado y de ojos marrones, sacó una 9 milímetros para despojar al custodio de su arma reglamentaria y dos cargadores. Seguido de cerca por un cómplice armado, mientras el tercero vigilaba el acceso, se apostó al lado de una de las cajas y consultó: "¿Acá se paga algún crédito?". La cajera, desconcertada, respondió que no. "Entonces dame toda la plata", fue al grano el ladrón. Entre el dinero de las cajas y los fajos del tesoro se llevaron unos 70 mil pesos, según estimaciones policiales. Ahora el juez de Instrucción Jorge Eldo Juárez quiere que el mismo banco informe el monto del botín. Los asaltantes salieron corriendo. Tan rápido que uno de ellos perdió una gorra roja en el lugar. Los vieron cruzar el bulevar y tomar por Ibarlucea al oeste. Luego treparon a una Kawasaki 250 KLR robada el día anterior y la dejaron abandonada en Drago 730. Allí subieron a un Fiat Duna gris claro donde los esperaba un cuarto hombre. Siguieron la huida a contramano por Juan José Paso y tomaron calle Carcarañá hacia el sur. Fue lo último que se supo de ellos. Hasta que uno de los testigos reconoció al principal sospechoso y la Justicia ordenó intervenir su teléfono. Así surgieron indicios que lo comprometían. Ramón Alberto Duarte, apodado Carau, fue detenido tras un allanamiento en el que se secuestraron tres pasajes de la empresa El Práctico a Villa Carlos Paz fechados el 18 de noviembre de 2002, seis días después del robo. "No voy a declarar nada. No tengo nada que ver. No sé por qué me meten en esto", dijo entonces Duarte, quien siempre sostuvo su inocencia. Un dato revelador surgió cuando el policía asaltado dijo que alcanzó a divisar el tatuaje de un nombre en la nuca del maleante. "El tatuaje de la nuca es de los que no se borran. Creo que decía Vanessa. Cuando empecé a salir con una chica llamada Laura lo borré, en el año 99 aproximadamente", reveló Duarte al ser consultado sobre tan particular huella personal. Otros nombres, incluido el de "Laura", también surcan su cuerpo. Duarte fue reconocido "sin dudar" en una rueda de personas donde, sin embargo, se ocultó su inscripción en la nuca porque no se hallaron otros voluntarios con ese rasgo. Ahora el juez lo procesó y se permitió disentir con el imputado: "El nombre tatuado es Catalina y no Vanessa", puntualizó. Duarte fue notificado ayer de la resolución y todavía no apeló. Sus abogados sostienen que el tatuaje que lo incrimina fue visto por el testigo en la foto policial y no en el momento del hecho, cuando el autor del robo vestía una camisa.
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