| | Editorial Que el horror tenga límites
| La guerra es un estigma que persigue a la especie humana desde su nacimiento. Como una maldición, pesa sobre las espaldas de cada uno de sus integrantes y no admite explicación que permita comprender -mucho menos, justificar- los múltiples horrores que provoca. En Irak, hoy y ahora, los hombres asisten estupefactos a una reedición de lo peor de sí mismos. Y como cada vez que el monstruo asoma la cabeza, los inocentes pagan la parte principal del precio. La invasión angloestadounidense al país islámico ha colocado de nuevo bajo el fuego a la población civil, que soporta indefensa el despliegue de la más sofisticada parafernalia bélica. Lo que un cínico eufemismo designa como "daños colaterales" son, en realidad, mujeres, niños y ancianos masacrados o mutilados por las bombas. El hecho, por cierto, no es nuevo, pero no deja de provocar asombro que aun en este presente se lo siga presentando como tolerable, cuando en verdad constituye el signo distintivo de la más profunda y definitiva barbarie. No puede ser explicado. Carece de razones que no sean la mismísima sinrazón. Pero no cesa: por el contrario, continúa con creciente fuerza. Lo mínimo que cabe pedir, ahora que la guerra ya es un hecho irreversible, es que los profesionales de la muerte pongan toda su reconocida destreza en evitar "daños colaterales". En ponerle, en síntesis, límites al horror, que no es cuantificable pero ahora -que ya estalló con furia- puede ser, al menos, morigerado. A modo de primer ejemplo: urge detener de inmediato la utilización de bombas del tipo "de fragmentación" o "de racimo". Este tipo de explosivos se caracteriza por soltar en su caída bombas más pequeñas, que en muchos casos no explotan y quedan sobre el terreno para convertirse en auténticas minas antipersonales, que provocan crueles heridas y afectan casi excluyentemente a la población civil. En el terrible bombardeo sobre la ciudad de Al Hillá se utilizaron bombas de racimo. A modo de segundo ejemplo: a pesar de que una de las tácticas de guerra iraquíes consista en hacer pasar por civiles a militares entrenados, las fuerzas invasoras deben poner el máximo de su capacidad para evitar, cuando existan dudas, cualquier clase de agresiones. En ambos casos, se trata de simples paliativos de una situación intolerable. Pero sin dudas, pondrían ciertos límites al horror. Y ese sería, aunque pequeño, un gesto humano en medio de la generalizada deshumanización que desata la guerra.
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