| | Escenario El cazador oculto: El reino de hadas de la tele
| Ricardo Luque / La Capital
Bien hecho. Una diva que se precie de serlo debe hacerse esperar. Y eso, precisamente, es lo que hicieron Mirtha y Susana. Se tomaron su tiempo. Pasearon por el mundo, visitaron al cirujano plástico, coquetearon con Dios y María Santísima. Sin perder la línea, ni dejar siquiera que se les corra el maquillaje, sortearon los escándalos que la prensa del corazón fogoneó con desesperación en busca de sacar provecho de la ansiedad del público por saber de sus vidas. Sonrieron para la foto, alzaron bien alto los premios que merecidamente ganaron y hasta se atrevieron a encabezar una cruzada contra la televisión basura. Y un día, de buenas a primera, anunciaron que el tiempo del descanso había terminado. Que había llegado la hora de volver al trabajo. La televisión las extrañaba horrores, y la gente, ni hablar. La televisión no era la misma sin los mohínes compungidos de Mirtha ni la alegría despreocupada de Susana. La televisión, hay que decirlo, no era mejor ni peor, era sencillamente diferente y, sin lugar a dudas, menos glamorosa. Porque si hay algo que distingue a las divas del resto de los mortales es la levedad con que van por la vida. Su talento para andar por el mundo sin dejarse rozar siquiera por las preocupaciones terrenales. Como alas de mariposa entre pétalos de magnolia. Su mundo, a la vista de los pobres mortales, está a años luz de las miserias que aquejan a las legiones que las adoran a través de la pantalla. Un ideal soñado por todos. También por los políticos. Y no es para menos, porque en el mundo real, en el mundo de la guerra, el desempleo, las elecciones, un sueño hecho realidad es una piedra preciosa invalorable. Para que se entienda: el mundo de las divas, ese mundo de fantasía donde todo puede suceder, es una promesa que los políticos no pueden (ni quieren) resitirse a hacer. Por eso los asesores de imagen de los principales candidatos a presidente aconsejaron a sus pupilos que esperen al regreso de las divas para hacer su desembarco triunfal en la pequeña pantalla. Ellos saben, mejor que nadie, que un minuto en el reino de hadas de Mirtha y Susana vale más que mil palabras. Y están dispuestos a pagarlo.
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