Año CXXXVI
 Nº 49.799
Rosario,
martes  01 de
abril de 2003
Min 17º
Máx 22º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Reflexiones
¿Es lícito responder al terrorismo con terrorismo?

Mario Strubbia (*)

¿En qué casos pueden los países declarar y hacer la guerra, en estos tiempos? ¿Es lícito defenderse del terrorismo con terrorismo? Según las enseñanzas morales y jurídicas más añejas y aceptadas, la doctrina de la "guerra justa", mejor expresada en la fórmula "resistencia colectiva armada contra la agresión", exige: a) existencia de una injusticia evidente y extremadamente grave que da lugar a una situación de legítima defensa; b) fracaso comprobado de todas las soluciones de paz concretamente posibles, en virtud de la norma de la solución pacífica obligatoria de los conflictos internacionales; c) menor gravedad de las calamidades que resultarán de la lucha armada que de la injusticia de la causas, lo cual supone una fundada probabilidad de éxito.
Los Estados Unidos y Gran Bretaña no han logrado que la mayoría del Consejo de Seguridad haya considerado como congregadas todas estas condiciones y por ello dicho organismo no ha autorizado la declaración ni la ejecución de esta guerra, que, cabe reiterarlo, no puede explicarse sino en una configuración de inorganización internacional, corolario que produce dos consecuencias significativas: a) prohibición de participar activamente en una guerra manifiestamente injusta, b) obligación para los beligerantes de respetar, como mínimo, unas reglas elementales de humanidad.
Si memoramos que la guerra debe tener como objetivo esencial, que "la fuerza... se utilice en defensa del Derecho", y, por tanto, de la paz, los EEUU y Gran Bretaña, han agredido a Irak contra la ley que gobierna a la Comunidad Internacional organizada y, como se verá enseguida, sin respetar básicas normas de humanidad.
En cuanto al argumento pretendidamente fundante del ataque, alimentado por el supuesto almacenaje en el Estado invadido de armas químicas, o bacteriológicas, no ha sido probado hasta el momento de redactar estas líneas: a) a pesar de tener Irak su territorio casi todo hollado por los invasores, y b) no obstante tener Irak su suelo escrutado milimétricamente por numerosos satélites espías.
Cabe adicionar que los inspectores de Naciones Unidas no han encontrado (hasta este momento) rastros de tales armas de "destrucción masiva", ni tales elementos -de existir- han sido usados. Muy por el contrario: en todo caso, quién posee verdaderos arsenales de ojivas de destrucción masiva (v. gracia: bombas nucleares, cuyo uso excede siempre la legítima defensa por nutridas razones que no es menester explicitar si recordamos el horror de Hiroshima y Nagasaki) es el "tándem atacante" de EEUU y Gran Bretaña.
Además de tales letales "artefactos" de "destrucción masiva", (que algunos han querido cohonestar con la teoría, de harto dudosa moralidad, del "disuassion power" frente a otros estados que puedan tener un "stock" proyectiles termonucleares semejantes), los EEUU y Gran Bretaña bombardean cotidiana y despiadadamente en nuestros días ciudades enteras por medio de ataques aéreos, marítimos y terrestres, con misiles para nada gobernables si nos atenemos a la dispersión caótica de sus impactos (no sólo sobre barrios habitados por miles de civiles, sino también sobre distintos países cuyas protestas ya se conocen en todo el mundo).
Esta lluvia infernal de fuego indiscriminado sobre ciudades donde trabajan, estudian y viven ancianos, niños, civiles desarmados, y, en general millones de personas "no combatientes", constituye un típico acto bélico condenado por jerarquizadas declaraciones religiosas (V.gr. Concilio Vaticano Segundo: donde se advirtió que "Toda acción bélica que tienda indistintamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad, que debe ser condenado con firmeza y sin vacilaciones", GS., n. 80).
Las convenciones internacionales, por ejemplo el Reglamento de La Haya relativo a las leyes y costumbres de la guerra en tierra ha establecido que "Los beligerantes no tienen derecho ilimitado en cuanto a elección de los medios de dañar al enemigo" (art. 22 del anexo a la Convención IV de 1907).
Varios "medios bárbaros" han sido explícitamente prohibidos, a saber: "balas explosivas" (Declaración de San Petesburgo del 11 diciembre de 1868), "balas expansivas o dum-dum" (Declaración de La Haya del 29 de julio de 1899), "gases asfixiantes y tóxicos" (el mismo texto y el Tratado de Washington del 6 de febrero de 1922, Protocolo de Ginebra del 17 de junio de 1925), medios bacteriológicos (Resolución de la Conferencia general de Desarme del 23 de julio de 1932 y las Resoluciones del 14 de mayo y del 30 de septiembre de 1938 del Consejo y de la Asamblea de la Sociedad de las Naciones).
Hay que añadir la prohibición general de las armas de efectos incontrolables y las armas de efecto retardado" (proyecto de 1956 de la Cruz Roja), por cuanto tales armas hieren de una manera ciega, como es el caso de los tan ponderados misiles, que caen por doquier acreditando que son bombas "bobas", "nada inteligentes" y tan desalmadas e inconscientes como aquellos que las disparan. Hay que rechazar enérgicamente la declaración "Non kennt kein Gebot". (La necesidad carece de ley), del Canciller Bethmann en el Reichstag (4.8.1914), porque el "estado de guerra" no es un paréntesis para la moral, sino que sólo plantea problemas particulares, dentro de situaciones excepcionales y por ello sigue siendo incriminable el aforismo "el fin justifica los medios" invocado por algunos demonios en las conflagraciones.
Las incursiones aéreas (especialmente en la Segunda Guerra Mundial) sobre las grandes aglomeraciones humanas tenían por fin crear, como es sabido, una psicosis de miedo que llevara a los dirigentes a capitular. Ya Winston Churchill en 1942 había escrito que "la moral de los paisanos es también un objetivo militar".
"Los que comenzaron fueron los alemanes... bombardeo de Varsovia, a partir de 1.9.1940... de Rotterdam (14.5.1940) bombardeo de Londres durante 57 noches consecutivas del 7.9.1940 al 3.12.1940, pero las represalias anglosajonas fueron terribles (bombardeo de Hamburgo durante seis noches consecutivas, bombardeo de Dresde del 13.2 al 15.2.1945, bombardeo de Berlín durante 39 noches consecutivas, del 20.2. al 30.3.945)". (Costé René, "Moral Internacional", Herder, Barcelona, 1966, p. 506 y ss.).
A la luz de lo transcripto bien se ha escrito que: "En el plano ético, es imposible admitir la estrategia anticiudades". ("Revue de défense nationale", 1964, p. 1501). René Coste, el Profesor de Teología en la Facultad Católica de Toulouse recién citado, ha enseñado con ejemplar rigor científico y religioso que: "Para una comunidad política, como para todo ser humano, vale más perder la vida que las razones de vivir... ¿Qué objeto tiene pretender ser los campeones de la civilización, si se recurre a la misma barbarie que el adversario? (René Coste, Las Comunidades Políticas, Herder, Barcelona, 1971, p. 79/80).
Destruir las Torres Gemelas con actos terroristas, es mucho menos grave que socavar los cimientos que sostuvieron el funcionamiento moral y jurídico de las Naciones Unidas, como acaban de hacer los EEUU y Gran Bretaña al iniciar esta "guerra de agresión", porque así se ha calificado a la "guerra emprendida por una comunidad política violando sus obligaciones internacionales".
Una sola lágrima de un niño (iraquí, argentino, judío, británico o norteamericano) vale más que todo un campo de petróleo, y extinguir la vida de ese niño constituye un escandaloso crimen, que clama al cielo. Finalizamos reiterando la conclusión de nuestra nota (bajo el mismo título pero en distintas circunstancias), publicada hace ya muchos años por La Capital: No es lícito defenderse con terrorismo de agresiones terroristas (consumadas o en ciernes).
Una conducta tal, sobre todo desplegada contra la negativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a aprobar la declaración de guerra, implica abjurar de los principios democráticos y cristianos, que dicen profesar los dirigentes del bando que aspira a encubrir su invasión con el ropaje edulcorado de la intervención.
(*) Abogado


Diario La Capital todos los derechos reservados