Corina Canale
El ascenso hacia el Illimani, 6.463 metros de altura, la montaña más alta de la cordillera Real de Bolivia, es un desafío para los andinistas del mundo porque significa practicar alta montaña en un escenario geográfico y cultural de grandes contrastes. Para llegar hasta su cumbre es preciso tener cierta experiencia y un excelente estado físico que permita superar un trekking previo de 50 kilómetros por la región de Apolobamba. En estos días los operadores turísticos de Bolivia están organizando esta expedición de quince días que se inicia en la ciudad de La Paz, un trayecto en el que se encuentran grandes glaciares y mucha altura, y donde es preciso contar con buenos animales de carga -mulas y llamas- y con expertos porteadores. A la cumbre del Illimani los expedicionarios llegarán encordados porque esa es una ascensión glaciar, con pendientes de hasta 45 grados, donde se necesita sentir la seguridad de la cuerda. En La Paz el grupo y los guías comienzan a conocerse; también realizan el último control de equipos antes de abordar los vehículos y transitar por la margen oriental del mítico lago Titicaca, pasar por el poblado de Achacachi y llegar al profundo valle de Curva, ya a 3.700 metros, lugar del primer campamento. Cerca de allí hay casitas encaramadas a los altos acantilados que caen sobre la selva impenetrable. Desde ese lugar se ven las nieves eternas del cerro Akamani y sólo tres horas separan al grupo del segundo campamento, previsto a los 4.300 metros. Durante el cuarto día se realiza una caminata de cinco horas hasta Inka Kancha, donde hay una cascada de aguas blancas y ruinas incaicas muy poco visitadas. También se llega hasta el valle de Sunchuli, donde los incas explotaron minas de oro, pero es desde el paso de Sunchuli donde la cordillera Real muestra toda su majestuosidad; para el próximo campamento hay que descender hasta las orillas del río Illo Illo. Al final de esta etapa, cuando los cuerpos se templaron para el gran desafío, un viejo camino inca lleva a los expedicionarios hasta Pelechuco, en un trekking de cinco horas. El recorrido por las montañas termina y el regreso a La Paz se realiza por el Parque Nacional de Ulla Ulla, creado para proteger vicuñas. El décimo día, con el sol apenas alto, las camionetas todo terreno salen hacia la localidad de Una. No es fácil describir este camino que desde los 4.000 metros de la Puna desciende hasta los 1.800, para volver a subir hasta la altura anterior. Ese paso vertiginoso, desde el desierto del altiplano a la selva húmeda, y el retorno a la aridez, es tan violento que se siente al respirar y se nota en la flora que aparece y desaparece. Es el comienzo de la picada que lleva hasta la base del Illimani. Allí se contratan mulas para transportar equipos y alimentos y comienza un trekking de cinco horas hasta el campamento que se arma al pie del coloso. En esa región abundan las casas de adobe y las plantaciones en terrazas, el milenario método de cultivo de los incas. A ese extraño lugar le dicen "la Nepal de las Américas". Desde allí se asciende hasta los 5.400 metros, por una morena rocosa y entre dos grandes glaciares. Son cinco o seis horas siguiendo una huella que llega hasta el lugar donde la roca se encuentra con el hielo. Y en esa explanada se arman las carpas. Es una noche diferente porque el día siguiente está reservado a reponer fuerzas y admirar el paisaje helado de los glaciares y la inmensidad de la Puna. Finalmente, el día del ascenso, a las 4 de la mañana, los expedicionarios inician la gran aventura. Transitando encordados y usando grampones y piquetas, los guías fijan en algunas secciones cuerdas que ofician de pasamanos. Así se alcanza el filo cumbrero, a los 6.463 metros sobre el nivel del mar. La cumbre más alta de la cordillera Real de Bolivia ha sido vencida. El regreso a La Paz es mucho más tranquilo y relajado; en la colonial ciudad aguarda una cena de celebración y una cama mullida.
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