Sobre el cerro Alto el Rey, en la provincia de Tucumán, aún se conservan las ruinas de una ciudadela que pertenecía a los indios quilmes. Allí todavía se aprecian las huellas rectangulares y circulares que muestran los cimientos de las viviendas de la comunidad aborigen, habitada por 3 mil personas. Los quilmes habían abandonado sus tierras en Chile con el fin de evitar rendirse al conquistador inca. Se estima que aproximadamente 5.000 aborígenes cruzaron la cordillera de los Andes en la época precolombina, llegando a la actual región cercana a Amaicha del Valle, sobre el valle de Santa María o Yocavil. Los calchaquíes, creyéndolos invasores, entablaron duras batallas con los quilmes hasta que finalmente efectuaron acuerdos de paz y lograron convivir en territorios vecinos. Esta población indígena resistió durante 130 años a la invasión y evangelización española, hasta que fueron doblegados en 1666. Entonces fueron obligados a ir caminando hasta un lugar cercano a Buenos Aires. Hombres, mujeres y niños aborígenes se trasladaron a pie por más de 1.500 kilómetros. La mayoría murió en el camino y los sobrevivientes soportaron en el nuevo territorio el mal trato de los dominadores y fueron utilizados como esclavos hasta que terminaron de morir los últimos que quedaban en la localidad que hoy lleva su nombre a pocos kilómetros de la Capital Federal. Un equipo técnico restauró las más importantes construcciones del lugar para mostrar la complejidad del asentamiento en su faz edilicio-arquitectónica. El yacimiento arqueológico está ubicado a 2.000 metros sobre el nivel del mar, al pie del cerro Alto el Rey. Uno de los sectores está formado por dos fortalezas, constituidas por grupos de construcciones defensivas que los quilmes utilizaron en sus frecuentes conflictos con grupos aborígenes vecinos y en su lucha contra los españoles. También se observan grupos habitacionales realizados con paredes de piedra colocadas sin argamasa, zonas destinadas a la molienda y sectores de producción, canales, senderos y patios, atalayas y morteros comunes; junto a la enorme represa que los abastecía de agua y los dos cementerios.
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