Año CXXXVI
 Nº 49.791
Rosario,
lunes  24 de
marzo de 2003
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El caso contra la guerra

Noam Chomsky (*) / Reforma (México)

El Estado más poderoso en la historia ha proclamado que intenta controlar al mundo por la fuerza, la dimensión en la que reina de manera suprema.
El presidente George W. Bush y sus cómplices evidentemente creen que los medios de violencia en sus manos son tan extraordinarios que pueden rechazar con desdén a cualquiera que se interponga en su camino.
Las consecuencias podrían ser catastróficas en Irak y alrededor del mundo. Estados Unidos puede cosechar un torbellino de represalias terroristas y aumentar la posibilidad de un apocalipsis nuclear.
Bush, el vicepresidente Richard Cheney, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y compañía están comprometidos con una "ambición imperialista", como escribió G. John Ikenberry en la edición de septiembre/octubre de la revista Foreing Affairs, "un mundo unipolar en el que Estados Unidos no tiene competidor igual" y en el que "ningún Estado o coalición podría desafiarlo jamás como líder global, protector y encargado de imponer las reglas".
Esa ambición sin duda incluye mucho control ampliado sobre los recursos del golfo Pérsico y bases militares para imponer una forma preferida de orden en la región. Aun antes de que la administración comenzara a batir los tambores de guerra contra Irak, hubo muchas advertencias de que el afán aventurero estadounidense llevaría a la proliferación de armas de destrucción masiva, así como de terrorismo, para disuadir o cobrar venganza.
Ahora mismo, Washington está dando al mundo una lección muy desagradable y peligrosa: si quieren defenderse de nosotros, sería mejor que imiten a Norcorea y planteen una amenaza militar creíble. De otro modo los destruiremos.
Hay una buena razón para creer que la guerra con Irak tiene el propósito, en parte, de demostrar lo que ocurrirá cuando el imperio decida asestar un golpe, aunque "guerra" difícilmente es el término apropiado, dada la gran desigualdad de fuerzas.
Un flujo de propaganda advierte que si no detenemos a Saddam Hussein hoy nos destruirá mañana.
En octubre pasado, cuando el Congreso otorgó al presidente la autoridad de ir a la guerra, fue para defender la seguridad nacional contra la continua amenaza planteada por Irak. Pero ningún país en las cercanías de Irak parece demasiado preocupado por Saddam, a pesar de que pueden odiar al tirano.
Quizá eso se deba a que los vecinos saben que el pueblo de Irak está al borde de la supervivencia. Irak se ha convertido en uno de los Estados más débiles de la región. Como señala un reporte de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias, los gastos económicos y militares de Iraq son una fracción de los de algunos de sus vecinos, incluyendo a Kuwait, con una población equivalente al 10 por ciento de la iraquí.
De hecho, en años recientes, los países cercanos han buscado reintegrar a Iraq a la región, incluyendo a Irán y Kuwait, ambos invadidos por ese país.
Saddam se benefició del apoyo estadounidense durante la guerra con Irán y hasta el día de la invasión de Kuwait. Hoy, los responsables están de nuevo al mando en Washington.
El ex presidente Ronald Reagan y la anterior administración Bush proporcionaron ayuda a Saddam para desarrollar armas de destrucción masiva, cuando era mucho más peligroso de lo que es ahora, y ya había cometido sus peores crímenes, como asesinar a miles de kurdos con gas venenoso.
Un fin del gobierno de Saddam levantaría una horrible carga del pueblo de Irak. Hay buenas razones para creer que el líder iraquí sufriría el destino de Ceausescu y otros crueles dictadores si la sociedad iraquí no estuviera devastada por las duras sanciones que obligan a la población a depender de su gobernante para sobrevivir mientras lo fortalecen a él y a su círculo.
Saddam sigue siendo una terrible amenaza para los que están a su alcance. Hoy en día, su alcance no se extiende más allá de sus propios dominios, aunque es probable que la agresión estadounidense pueda inspirar una nueva generación de terroristas resueltos a vengarse, y podría inducir a Iraq a llevar a cabo acciones terroristas que se sospecha ya están dispuestas.
El año pasado un grupo especial presidido por Gary Hart y Warren Rudman preparó un reporte para el Consejo de Relaciones Exteriores, "America-Still Unprepared, Still in Danger" (Estados Unidos-Aún Desprevenido, Aún en Peligro). Advierte de probables ataques terroristas que podrían ser mucho peores que los del 11 de septiembre, incluyendo el uso de armas de destrucción masiva en este país, peligros que se vuelven "urgentes por la perspectiva de ir a la guerra".
En este momento Saddam tiene toda la razón para mantener bajo estricto control cualquier arma química y biológica que Irak pueda tener. No proporcionaría tales armas a los Osama bin Ladens del mundo, quienes representan una terrible amenaza para él mismo, muy aparte de la reacción si hay siquiera un indicio de que podría ocurrir tal mortal transacción.
Y los halcones de la administración entienden que, excepto como un último recurso si es atacado, es sumamente improbable que Iraq utilice alguna arma de destrucción masiva que tenga, y se arriesgue a la incineración instantánea.
Bajo ataque, sin embargo, la sociedad iraquí se colapsaría, incluyendo los controles sobre las armas de destrucción masiva. Estas podrían "privatizarse", como advierte Daniel Benjamin, especialista en seguridad, y ofrecerse al enorme "mercado para armas no convencionales, donde no tendrán problemas en encontrar compradores". Ese es en verdad "un escenario de pesadilla", afirma.
En cuanto al destino del pueblo de Irak en guerra, nadie puede predecir con alguna confianza: ni la CIA ni Rumsfeld ni esos que afirman ser expertos en Irak, nadie. Pero las agencias internacionales de ayuda están preparándose para lo peor. Estudios de respetadas organizaciones médicas calculan que la cifra de víctimas podría elevarse a los cientos de miles. Documentos confidenciales de la ONU advierten que una guerra podría desatar una "emergencia humanitaria de escala excepcional", incluyendo la posibilidad de que 30 por ciento de los niños iraquíes mueran de desnutrición.
Hoy la administración no parece hacer caso de las advertencias de la agencia internacional de ayuda acerca de las horrendas consecuencias de un ataque.
Los desastres potenciales están entre las muchas razones por las que los seres humanos decentes no consideran la amenaza o uso de la violencia, ya sea en la vida personal o en asuntos internacionales, a menos que se hayan ofrecido razones que tengan una abrumadora fuerza. Y sin duda nada remotamente parecido a esa justificación se ha dado a conocer.

(*) Lingüista norteamericano


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