Puchero comieron esa noche. "A Nahuel le encantaba", cuenta ahora su abuelo Francisco mientras sorbe un café en un rincón de un bar a metros de los Tribunales. El chico y sus padres cenaron y después el nene insistió en volver a la casa de los primos para jugar con ellos. "Andá un ratito y te voy a buscar", cedió finalmente mamá Daniela ante la insistencia de Nahuel, que tenía 3 años. Fue la última vez que lo vio vivo. Quince minutos después se escucharon unos estampidos y enseguida un silencio tan fugaz como una exhalación hasta que la noche se llenó de gritos y espanto. Cuando Daniela y Esteban Taiana llegaron a la casa de al lado se encontraron brutalmente con el peor drama de su vida: Nahuel, su único hijo, estaba muerto.
Eran las 23.35 del 15 de marzo de 2002. Daniela y Esteban todavía no se acostumbran a la idea de que Nahuel ya no está con ellos. Tampoco sus abuelos. Pero al menos ahora tienen un consuelo: se llama Luciano y nació en el Hospital Español a las 13.50 del 27 de febrero, cuando faltaban 16 días para que se cumpliera un año de la muerte del otro nene.
A Nahuel Taiana lo mató la bala de un Magnum 357 que le atravesó el cráneo como si fuera un papelito. Fue un episodio demente que pudo haber acabado con la vida de otros dos chicos, Alejandra y Walter, los primos de Nahuel, de 8 y 5 años.
Con ellos jugaba él cuando se desató el drama. El nene estaba sobre la cama de su tía y madrina Flavia en una casa contigua a la suya. Es un hogar de gente humilde, castigada por la falta de trabajo y la miseria como la mayoría de los habitantes del barrio. El escenario es la calle Edison de Villa Diego, en la ciudad de Villa Gobernador Gálvez.
Balas a través de una ventana
Quien llevó a los asesinos de Nahuel hasta esa casa es David Lino, un sujeto con antecedentes policiales de ratero y un par de enemigos sueltos. Uno de ellos es Adrián Montenegro, un rosarino con fama de chico malo. Aquel día Montenegro buscaba a Lino porque lo acusaba de haber robado unas herramientas en el taller de su padre, en la calle Vélez Sarsfield de Villa Gobernador Gálvez.
Montenegro no iba solo en la persecución del supuesto asaltante: lo acompañaban otros ocho sujetos, algunos de ellos barrabravas del club Rosario Central, que el jefe del grupo fue recogiendo con su camioneta Trafic por distintos puntos geográficos de la zona sur de Rosario.
Llevaban un buen rato merodeando por el barrio, acompañados por otros sujetos nunca identificados que iban en un Fiat Uno, cuando uno de ellos vio a Lino andando en bicicleta. Montenegro tiró un par de tiros con su revólver calibre 32 largo marca Detective a los pies del fugitivo, que se asustó, tiró la bicicleta y se metió corriendo en la casa de Edison 942.
Los ocupantes de la camioneta bajaron a perseguirlo. Montenegro y uno de sus cómplices, Juan Carlos Ferreyra, un pesado que está emparentado con el barrabrava Oscar Alberto Paquito Ferreyra, son los que iban armados. Ferreyra llevaba el Magnum, un arma temible y poderosa que 15 días después sería robada de los Tribunales con otras 12 pistolas y revólveres, entre ellos varias Browning 9 milímetros, en un episodio que todavía no fue esclarecido.
Lino entró en la casa y los otros lo siguieron. Atravesó el comedor y cruzó la cocina corriendo. Uno de sus perseguidores rompió el vidrio de una ventana. Por allí Montenegro y Ferreyra vaciaron los cargadores del Magnum 357 y el Detective 32 largo. El fugitivo salió a un patio oscuro y se perdió por los fondos de la casa sin un rasguño. Alejandra y Walter casi ni se dieron cuenta de lo que había pasado. Sólo escucharon los estampidos y el ruido seco de los proyectiles rebotando contra las paredes. Nahuel quedó tirado en la cama, quietito, como si durmiera. Falleció poco después, en el Hospital de Emergencias.
Francisco Taiana recuerda ahora aquellos momentos terribles y quiere resistir pero no puede. Llora. Piensa en Esteban, su hijo, y la voz se le va apagando hasta convertirse apenas en un suspiro. Evoca a su nuera y se estremece. Recuerda al nieto y sus ojos se convierten en un manantial de lágrimas. Llora en silencio, Francisco, hasta que piensa en Luciano, el hermano que Nahuel no llegó a conocer, y entonces parece que su rostro ahora sí se ilumina un poco. Muestra una foto del nene que ya no está ("Fue la última que le tomaron, seis días antes de que lo mataran") y suelta la frase que repite al periodista desde hace un año: "No quiero venganza, quiero justicia". Por eso cada tanto se da una vuelta por los Tribunales.