Fernando Toloza / La Capital
Mar del Plata (enviado especial).- La actriz británica Emily Watson es más alta de lo que parece en sus películas. Está muy maquillada, tiene un largo saco rojo, jeans y camina descalza, a veces en puntas de pie, otras apoyando bien las plantas y dejando ver la excesiva curvatura de sus pies. Tiene manos grandes, la oreja izquierda con una simpática hendidura y una manera de hablar totalmente distinta a cualquiera de los personajes que ha interpretado en sus películas, o quizá con algo de "Embriagado de amor", la película de Paul Thomas Anderson que trajo al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata que finalizó anteanoche. Este filme se estrena en Argentina el jueves próximo, aunque en Rosario aun no está confirmada la fecha. A veces, mientras habla, se toca un colgante con tres medallas, que parecen tener escritos los números 3144, pero que seguro son letras de algún viejo alfabeto británico. Toma café y ofrece galletitas, sin jamás alterarse, como una maestra yoga dispuesta a brindar su visión del mundo, en este caso el mundo de las películas, al que llegó tras mucho esfuerzo y algunos rechazos, incluido el trabajo de moza durante tres años y un reprobado al ingreso en una academia de teatro. -¿Qué te atrajo del guión de "Embriagado de amor", de Paul Thomas Anderson? -Cuando acepté hacer el papel, no había guión. Había visto sus películas anteriores, y cuando alguien así te pregunta si estás interesado en trabajar con él, es imposible decirle que no, y dices sí, casi sin pensarlo. Anderson me contó que tenía la intención de hacer una película con Adam Sandler y conmigo, entonces yo le aclaré de entrada que en esta película no quería llorar ni morirme. Necesitaba un cambio, y para Anderson también iba a ser un cambio, porque venía de "Magnolia", una película oscura y muy fuerte. -¿Qué tipo de director es Anderson? -Es un director especial, lo primero que me impresionó es que es el único realizador con que trabajé que me fue a buscar al aeropuerto. Está siempre muy atento a los detalles, pero al mismo tiempo es muy cálido. Su perfeccionismo no lo deshumaniza, y es muy excitante trabajar con él. De todas maneras, creo que "Embriagado de amor" es una película totalmente distinta a las anteriores, porque antes se había manejado con guión y él tenía toda la película en su cabeza. Pero en ésta fue diferente: llegaba a la locación y buscaba una manera distinta, como estaba buscando un nuevo lenguaje, otra forma de llegar al público. -¿Sentís que la comedia es menospreciada? -Eso parece cuando uno ve los premios. Los premios de actuación se dan a los que lloran, mueren o tienen terribles enfermedades. Esto pasa porque la gente se impresiona más con este tipo de actuaciones, pero es muy injusto, porque es mucho más difícil hacer comedia. Ahora que lo pienso mejor, quizá esté equivocada y no sea que una cosa sea más difícil que la otra. Si uno tiene talento, seguro que lo que está haciendo le va a resultar fácil. -¿Cuál considerás que es tu entrada en el cine norteamericano, "Embriagado de amor" o "Dragón rojo"? -Hay una película anterior a esas, "Abajo el telón" (recién estrenada en Rosario), que filmé con Tim Robbins. Por lo tanto diría que con esa entré el cine de Estados Unidos. -¿Y qué te parece el cine norteamericano? -Creo que el punto no es si se trata de cine norteamericano o europeo. P.T. Anderson, que nació en los Estados Unidos y filma allí, es uno de los realizadores de mente más amplia, y lo mismo Robert Altman, y Tim Robbins es la persona más antiestablishment del ambiente de Hollywood. De afuera se ve que el cine americano representa exclusivamente lo comercial. En todo caso, hay sí un cine americano que representa eso, y es cierto que "Dragón rojo" pertenece a este último cine, es una película de Hollywood. Mientras la estábamos filmando pasaban los turistas y los guías nos señalaban y decían: "Eso es Hollywood y aquí están filmando", igual que la línea de producción de una fábrica. -¿No sentiste que chocaba tu formación académica con el mundo del glamour de Hollywood? -De la academia de teatro lo único que aprendí fue la puntualidad. Todo lo que aprendí se lo debo a los directores y los actores con los que trabajé. En cuanto a Hollywood cuando me nominaron por primera vez ("Contra viento y marea") estaba fascinada de descubrir ese mundo mágico. La segunda vez que fui ("Las cenizas de Angela"), me di cuenta que el tema era el dinero, y comprendí que el Oscar a veces puede ser muy dañino para el talento. -¿Alguna vez pensás que podrías ser otra cosa que actriz? -A veces, cuando me levanto a la mañana, me pregunto qué otra cosa podría hacer, pero enseguida me doy cuenta de que estoy feliz con esta vida. Me siento bendecida por poder mostrarme a través de algo que me gusta hacer. El trabajo del actor es como ser un filósofo amateur, porque de lo que trata es de explorar las profundidades del ser humano. -¿Sentiste el dilema entre ganar dinero y no hacer lo querías? -El cine es un dilema ético, porque cuesta muchísimo dinero hacer una película. Es como un matrimonio no sagrado, sacrílego si querés, entre el dinero y el hecho artístico. -¿Cuál es tu secreto como actriz? -Mi habilidad para concentrarme. Cuando estás en un set, te podés encontrar con más de cien personas a tu alrededor trabajando y hablando al mismo tiempo, y entonces tenés que estar muy concentrada en no romper el hechizo que significa ser otra persona, la que estás interpretando en la película. -¿Cuál fue el papel más difícil de tu carrera? -Jacqueline Dupré, en "Hilary y Jackie", fue el personaje más duro, desde lo físico, que me tocó preparar.
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