Arroyo Seco. - "Hola tía Rosita, ¿viste que pude? ¿Viste que valió la pena tanto sacrificio?", dijo Jesús mientras salía de las aguas del río y se metía en el mar de lágrimas que a las 4 de la tarde de ayer inundó el Rowing Club. Más de cuatro mil personas recibieron a los 29 chicos especiales que unieron Santa Fe y Arroyo Seco nadando sin parar, en un recorrido de 200 kilómetros que completaron en treinta horas.
Los "tiburones del Paraná" lo hicieron de nuevo. Para muchos puede parecer una hazaña que chicos con diversas discapacidades físicas y mentales como síndrome de Down, autismo y parálisis cerebral, entre otras, puedan nadar en el río. Pero no es así para ellos, que toman cada desafío con sencillez, alegría y mucho placer, aun cuando la responsabilidad es grande y el esfuerzo arduo.
Este nuevo éxito del Plan Municipal de Natación para Chicos Especiales que desde 1997 viene haciendo ruido desde Arroyo Seco demandó un año de trabajo. Si bien era la sexta vez que los nadadores que entrena el equipo encabezado por Patricio Huerga desafiaban al Paraná, siempre con buenos resultados, esta vez la apuesta era más compleja, por el despliegue que significaba.
El sábado por la mañana los chicos no aguantaban más la ansiedad. Muchos habían llegado por primera vez a Santa Fe, fueron recibidos por el gobernador Carlos Reutemann, les hicieron reportajes en varios medios, pero lo que querían era estar en el agua. Y a las 10 largaron, debajo del puente colgante, y no pararon ni un minuto hasta llegar a Arroyo Seco.
Tal como en las pruebas de 2001 y 2002, cuando se unió Rosario con Arroyo, el recorrido se organizó en postas. Todos nadaban 20 minutos y descansaban tres horas. De acuerdo con su rendimiento, los nadadores se dividieron en grupos. Los que tienen más dificultades se tiraron en grupos de seis y los más veloces lo hicieron solos, para mejorar el promedio. El cálculo fue superado por la realidad y el recorrido se cumplió en tres horas menos que lo previsto.
Todos con el mismo objetivo
Una prueba no menos importante se vivía en el barco que albergaba a padres (uno por alumno), entrenadores, médicos y asistentes. Noventa personas con el mismo objetivo: llegar. "Al principio tuve un poco de miedo, en un momento el río estaba un poco picado, pero con el correr de las horas lo empecé a disfrutar. Todo estaba bajo control y se desarrolló sin contratiempos. Fue hermoso cómo se comportaron los chicos, muy a la altura de algo tan difícil. Y verlos nadar a la luz de la luna fue una cosa imposible de transmitir con palabras", contó la mamá de Sergio, Gladys, para quien algunos de estos chicos "pueden tranquilamente ser entrenados para competir".
Como sucede desde hace cinco años en el Rowing, la espera era una fiesta, aunque no exenta de nervios y ansiedad. Es que la felicidad parece ser más grande cuanto más se hace rogar. La prueba era seguida minuto a minuto, celulares mediante, y cuando se empezaron a divisar las lanchas de la expedición a la altura de la cerealera Dreyffus algunos empezaron a pasarse los binoculares. "Ahí están, mirá las cabecitas nadando", dijo uno.
Para algunos padres no fue fácil quedarse en Arroyo. "Se me terminó la carga del teléfono", confesó el padre de Virginia "muy ansioso, pero seguro de que están bien cuidados". La natación en la vida de su hija autista es fundamental. "Virginia hizo muchísimos progresos gracias a esto, pero sobre todo es importante cómo le sirve a todos los chicos para encontrar un espacio donde desarrollarse desde la discapacidad", consideró.
Mientras el padre de Nelson, orgulloso porque su hijo mejoró mucho la brazada, aseguraba estar "muy tranquilo", el de Emanuel reconocía que los nervios empezaron a disiparse cuando al mediodía fue hasta Rosario en una lancha y vio que estaba todo bien. Y la mamá de Jesús no veía la hora de ver a su hijo cumpliendo con el sueño para el que se había preparado todo el año.
De pronto los aplausos se comieron las palabras. Llegaban los primeros. Algún padre se metió en el río con ropa y todo para abrazar a su hijo. Poco a poco los nadadores empezaban a tomar conciencia de lo que habían logrado: más allá de cumplir con la meta para la que tanto habían entrenado, estaban emocionando a media ciudad. Ahí muchos empezaron a llorar.
El último en llegar fue Huerga, el loco que supuestamente convenció a todo el mundo de que estos chicos podían nadar en el Paraná aunque muchos no puedan ni siquiera hablar o caminar. En realidad, Patricio no convenció a nadie porque todo lo tuvieron que demostrar sus "tiburones". Y lo hicieron de nuevo.
Parece que el Paraná al que ellos se empeñan en desafiar desde hace cinco años se dio por vencido. A este ritmo, no faltará mucho para que estos chicos arroyenses logren cruzar el río de miedo, discriminación e ignorancia que la sociedad se empeña en hacerles nadar.