Rodolfo Montes / Ovación
"Soy de Corrientes pero tengo el alma en Central", dijo Paola Poly Campestrini, de 25 años. Vive en el barrio Norte de la Capital Federal y fue hasta Avellaneda con un pequeño bombo bajo su brazo y con varios amigos rosarinos, todos locos por Central. Esta fue una de las mil historias de la gigantesca movilización que produjo Central ayer hasta la cancha de Racing. La hoguera de la pasiones canallas tuvo ayer un nuevo e histórico capítulo: extendió su llamarada azul y amarilla hasta el Cilindro de Avellaneda. Fue una auténtica marea que con todo desparpajo llevó su ilusión a través de la rutas argentinas, calentando el clima del partido desde mucho antes que Fabián Madorrán indicara el inicio del partido. Se jugó la quinta fecha del torneo y todo Central se inventó una épica ganadora, de masiva fidelidad con el equipo, que a esta altura ya no queda claro si es para empujar a los jugadores fuera de la barrosa ciénaga de un descenso que acecha, o bien se trata de genuinos sueños de campeonato. O en todo caso, las dos cosas a la vez. Sentado en el cordón de la vereda, a cien metros de la cancha, Walter Corrales -rosarino de 26 años-, está haciendo un pequeño descanso en la travesía. Se prepara para entrar y gritar por Central. "Vinimos 17 en una trafic particular, estamos hasta las manos, queremos ver ganar al equipo", le dijo a Ovacion. En Avellaneda se encontró con su prima, Sandra Domínguez (30), fanática de Central que vive en el barrio de Núñez y que ayer no quiso perderse el partido: "Dejé a mi marido y mi hija en casa, son leprosos, se quedaron llorando, como corresponde". El desfile de hinchas y personajes en las inmediaciones que buscaban un lugar en la popular de visitante de Racing fue interminable. No faltó el fanático luciendo la mítica -y algo descolorida- camiseta de algodón pegada al cuerpo que los jugadores usaron hasta los años setenta. "Me la regalaron, es del año 71. Venimos viajando de Rosario, felices y contentos", aseguró Jorge Renó, un chico de 23 años que nunca vio jugar a Aldo Poy ni al Chango Gramajo, pero que a su modo les quiso rendir homenaje. El espectáculo de la hinchada de Central no paró nunca. Sergio Contreras (35) llegó desde Rosario con su hija Camila de 3 años en los hombros. "Siempre que puedo lo sigo a Central, y no me va a defraudar", dijo confiado. Por su parte, Manuel Colobart (22) llegó a temprano a Buenos Aires. Es vecino del centro de Rosario y fue primero a almorzar a la casa su tío -también canalla- que vive en la Capital Federal. Después partió para la cancha, y tomando las palabras del técnico Russo y de los jugadores dijo: "Hay que estar tranquilo, todo va a salir bien". A pocos metros, un grupo que viajó desde el barrio de al Florida contó su versión: "Venimos disfrutando desde que salimos, queremos dedicarle este viaje a Newell's que lleva 500 personas de visitante, nosotros trajimos diez mil, ¿qué te parece? El aguante a Central se lo hacemos porque se lo merece". Se identificaron como Charrúa, Germán, Carlitos, Chueca, Chorizo y Pascual. Central goza, sufre, sueña y saca cuentas. Como una marea inunda sin prejuicios todos los lugares donde esté el equipo. Y siempre quiere más. Avellaneda fue testigo de ello.
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