| | Editorial El capital humano
| Cuando un país enfrenta una crisis de la dimensión de la que padece la Argentina, el principal reaseguro con que cuenta para emerger con éxito del pozo es su capital humano. La depresión que hundió a los Estados Unidos después del histórico "crac" de 1929 fue superada gracias a que Franklin Delano Roosevelt supo nuclear a la nación detrás de un proyecto de reconstrucción en el cual el rol rector del Estado resultó decisivo, pero más importante aún fue su liderazgo personal para regenerar el optimismo perdido. En sintonía con esta idea un destacado investigador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), Bernardo Kliksberg, aseguró días atrás en Corrientes que "la Argentina cuenta con todo el potencial necesario para combatir con éxito la pobreza". Sin embargo, advirtió que para ello son necesarias la democratización de la economía y su transformación en función de las necesidades de la gente. La visión de Kliksberg merece ser rescatada en el marco del desaliento que impera en muchos habitantes de la República, decepcionados por los sucesivos fracasos que culminaron en el estallido de la convertibilidad. El asesor de la ONU hizo hincapié en la necesidad de otorgarle un rostro humano a la economía, así como en volver a relacionarla con la ética. Al mismo tiempo, exaltó la participación de la sociedad civil en procura de la igualdad como un elemento decisivo. El concepto crucial es que el Estado no puede soportar, en soledad, misión tan pesada sobre sus espaldas. Los países escandinavos -donde la equidad social es muy alta- se erigen como el ejemplo a imitar. En ese sentido, corresponde recordar que el modelo implementado en la Argentina durante la pasada década reforzó las desigualdades preexistentes. La clave es invertir en educación y salud, dos rubros que en este país han sido considerados con demasiada frecuencia como un "gasto", criterio repudiable desde el punto de vista humano y harto discutible si se lo analiza desde un prisma puramente económico. El especialista también señaló que "otro punto fuerte que tiene la Argentina es que a pesar de esta crisis fenomenal, que ha disparado la pobreza a niveles desconocidos, no ha habido una reacción hacia el individualismo extremo, hacia el sálvese quien pueda, sino por el contrario, hacia la solidaridad. Y eso es un capital muy importante". Más allá del diagnóstico optimista, no corresponde subestimar el poder de las fuerzas que apuntan a la desintegración del tejido social. El concepto clave es que nadie más salvará a la Argentina que sus propios y sufridos habitantes. Y para ello, claro está, deben ejercer virtudes de dificultad extrema, como la lucidez, la generosidad y la paciencia.
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