Año CXXXVI
 Nº 49.783
Rosario,
domingo  16 de
marzo de 2003
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El viaje del lector
Laguna Melincué: A bordo de botellas plasticas

Justo Radicci

En enero de 2000 realizamos con mi hermano Adrián Radicci el desafío de cruzar la laguna de Melincué con un velero que había fabricado algunos años atrás. El casco estaba hecho con 220 botellas descartables de litro y medio cosidas sobre una lona verde; un mástil armado en parte con un barral de madera y en parte con el mango de una azada; una botavara hecha con un palo de escoba; unas velas fabricadas con lienzo rústico teñido de amarillo y revestidas con plástico común; un timón y una orza construidas con restos de una cama.
Si bien la travesía tuvo sus inconvenientes logramos regresar, sanos y salvos, después de varias horas de navegación. En esos días, las aguas de la laguna se encontraban lejos de la ruta, una escuela náutica crecía a pasos agigantados sobre uno sus márgenes y el camping Los Flamencos, lleno de visitantes, aún estaba seco.
Debido al éxito de aquella y otras empresas, me propuse un nuevo objetivo: cruzar la laguna de una manera más simple, nadando. Para ello necesitaba una embarcación de apoyo, así le comenté aquella idea a dos amigos, Axel Bienlich y Fabián Cesso, quienes después de escuchar la propuesta y considerar lo que estaba ocurriendo en la zona, no dudaron en fijar una fecha para hacerlo.
Fue el domingo 26 de enero que partimos temprano de la ciudad de Rosario y arribamos a media mañana a Melincué. Allí nos recibió un paisaje poco alentador, la laguna se había hecho inmensa, sobre algunas de las calles de la ciudad el agua corría libremente de un lado a otro y el cementerio se encontraba rodeado por agua.
Al intentar retomar la ruta 90, una montaña de tierra impedía el paso. Sobre esta asomaba un cartel que decía "ruta cortada" y desde allí podía verse un tramo bajo las aguas.
Lentamente recorrimos este tramo y callados llegamos al camping. La imagen era muy distinta de aquella que tenía. Muchos de los árboles estaban secos, la cancha de fútbol, de la que sólo asomaban la parte superior de los arcos, se había transformado en una pileta de waterpolo.
El agua se había acercado peligrosamente al restaurante y amenazaba con hacer el mismo daño que había hecho con el famoso hotel años atrás.
Pero a pesar del panorama tan desalentador, nadie se animó a pronunciar la palabra "volvamos", aunque este pensamiento pasó, en algún momento, por cada uno de nosotros.
Las condiciones para considerar válida aquella aventura fueron celosamente custodiadas por Axel, y recordadas antes de la partida. En ningún momento debía subir a la embarcación. Durante el tiempo que utilizaría para la hidratación la piragua debía estar detenida; y él, determinaría el punto de llegada. Comencé a nadar a las 11.10 con rumbo sur y hacia un objetivo apenas visible en el horizonte. El día era fantástico, con poco viento y sin una nube en el cielo.
Luego de 5 horas agotadoras de nado, la ansiada meta parecía estar a escasos minutos, pero no siempre las cosas salen como uno las planea. El viento había aumentado de intensidad en las últimas horas y había formado olas de casi 1 metro. Por momentos la piragua desaparecía de mi vista para luego volver a aparecer.
Faltando 300 metros para la meta toqué con la mano algo que interpreté como postes de un alambrado, me detuve para avisar que tuviéramos cuidado, cuando ví la piragua dar una vuelta campana. Axel cayó primero al agua e inmediatamente tomó un salvavidas y rescató la cámara de fotos; Fabián se aferró rápidamente a la embarcación y recogió los remos.
Juntos comenzamos a recolectar lentamente todo lo que aún flotaba y una hora después, llegamos los tres nadando a la otra orilla. A pesar de todo lo ocurrido estábamos felices por haber cumplido con el objetivo, brindamos entonces por el éxito de esta nueva empresa y regresamos silenciosamente remando bajo un maravilloso cielo cubierto de estrellas, pensando en una nueva aventura.


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