Año CXXXVI
 Nº 49.782
Rosario,
sábado  15 de
marzo de 2003
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Por la ciudad
Una educación que nivele para arriba

Adrián Gerber / La Capital

Si la problemática de la educación argentina se reduce a debatir los sueldos docentes y los comedores escolares el país está condenado a la decadencia. Y mientras el común de la gente siga pensando que para atacar la pobreza sólo basta con los programas de ayuda económica o alimentaria, habrá cada vez más pobres y las políticas populistas y demagógicas seguirán imponiéndose con mayor o menor sutileza.
El desarrollo de un país depende de la educación, y por lo tanto el gran problema de la Argentina de hoy es la calidad, la desigualdad y la falta de equidad que se da en la enseñanza. Esto implica temas que van mucho más allá del salario docente, que tiene que ser urgentemente recompuesto, eso sí. Pero el presupuesto educativo debe contemplar principalmente una educación de nivel para todos que preserve el derecho de igualdad de oportunidades. Y esto implica escuelas en condiciones y con infraestructura, formación docente, capacitación continua y permanente, y la inclusión de todos al sistema de educación básica.
Para derrotar la pobreza se necesita una revolución educativa que nivele para arriba y no para abajo. Por eso, los chicos más pobres deben tener una educación diferenciada que los arranque de la situación social en que se encuentran. Es decir, deben tener las mejores escuelas y maestros, con toda la infraestructura, y de tiempo completo si fuese posible. Por eso, a ningún país con aspiraciones de progreso se le ocurriría siquiera pretender ahorrar presupuesto justamente en este tema porque sería hipotecar su futuro.
Sin embargo, la realidad en Argentina es totalmente inversa. Los establecimientos donde asisten los chicos socialmente más vulnerables es donde peor servicio educativo se presta. Esta situación quedó esta semana nuevamente al desnudo cuando varias escuelas en barrios pobres de Rosario no pudieron comenzar las clases por deficiencias edilicias.
Increiblemente nadie se escandalizó por esto. Ningún concejal, diputado, senador, funcionario o candidato a algo dedicó al menos unos minutos de su tiempo para intentar solucionar el tema. Incluso, y lo que es más grave, no parece ser vivido hasta por la propia sociedad como un problema, y eso pese a que la mala educación que reciben los hijos de las clases bajas no hace más que contribuir a que se profundice la pobreza en la que están hundidos.
La educación es el instrumento decisivo de un país, sobre todo en un mundo donde lo que importa es el conocimiento más que los recursos naturales. Pero además la educación es el único mecanismo de movilidad social ascendente, o por lo menos este es el único que conoció hasta ahora Argentina.
El especialista y ahora rector de la Universidad de Buenos Aires, Jaim Etcheverry, sostiene en un reciente escrito que si bien el fenómeno del desempleo no respeta a ningún grupo social es evidente que su incidencia es mayor entre aquellos de menor nivel educativo. Y afirma que el nivel de ingreso está también directamente relacionado con los años de educación que ha logrado completar una persona.
Etcheverry cita allí un análisis realizado en Argentina por el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), donde se señala que un trabajador que tiene seis años de educación recibe en promedio un ingreso 80 por ciento mayor que el que carece de estudios, mientras que el ingreso de quien tiene 17 años de educación (universitaria completa) es 160 por ciento mayor que el de quien no tiene estudios.
Pero la crisis del sistema educativo no sólo afecta a los sectores pobres, sino al conjunto de la sociedad. Los resultados obtenidos en los últimos años en las evaluaciones del Ministerio de Educación de la Nación han puesto de manifiesto las graves deficiencias de la mayoría de los alumnos al terminar la escuela primaria y la educación media.
La falta de calidad de la educación se ve en los altos índices de repetición, el menor dominio de aprendizajes que muestran los estudiantes, la falta de renovación de los métodos de enseñanza, y el deterioro y la pobreza de lenguaje que demuestran chicos y jóvenes.
"Es la educación la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos", decía Sarmiento. De ahí que la educación básica fuese en su concepción la más formidable herramienta para la transformación del país y para asegurar el principio de igualdad de oportunidades.
Hoy cuando la Argentina necesita un nuevo Sarmiento algunos memoriosos todavía recuerdan a un reciente ministro de Educación santafesino que se negó a sacarse una foto al lado de su monumento. Todo un indicio de cómo estamos.
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