| | Panorama internacional Nada puede detener a Bush
| Jorge Levit / La Capital
El presidente norteamericano George W. Bush ha tomado ya hace varios meses la decisión de atacar Irak, despojar a Saddam Hussein del poder e instaurar un gobierno que responda a sus intereses en la región. Las declaraciones del secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld en el sentido de que su país atacaría igual aun sin la participación militar británica no deja ya más dudas sobre la cuestión. No hay nada que pueda detener los planes de Bush: Francia y Alemania se han opuesto desde un principio. China y Rusia tampoco acuerdan una intervención. Y ahora Tony Blair parece querer postergar su posición belicista tras el fuerte rechazo dentro de su mismo partido laborista y ante las últimas encuestas que lo ubican en el nivel más bajo de imagen desde que asumió como primer ministro. Un sorprendente Tony Blair justificó hace un par de semanas el ataque ante el Parlamento británico no sólo con el objetivo de desarmar a Irak sino también para poner fin al sufrimiento del pueblo iraquí, sojuzgado bajo el régimen criminal de Saddam. Con ese criterio Inglaterra también debería invadir Sudán, donde todavía hay denuncias de venta de esclavos; Tailandia, lugar favorito de los paidófilos europeos y norteamericanos; Libia, en manos del déspota Khadafi; o Corea de Norte, Paquistán y la India, donde hay millones de hambrientos pero el dinero se invierte en armamento atómico. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tampoco se encamina a aprobar una acción militar inminente y los países con derecho a veto ya anunciaron que ejercerán esa potestad si finalmente Estados Unidos logra una votación favorable a la guerra. La comunidad internacional se opone hasta ahora a legitimar la opción militar. Además, en las últimas semanas millones de personas alrededor del mundo —incluidos los Estados Unidos— salieron a las calles para decirle no a la guerra. Salvo el apoyo de los gobiernos español e italiano y de algunos países asiáticos, Estados Unidos parece que va a tener que atacar en soledad. Una decisión de esa importancia pondría en ridículo a las Naciones Unidas y haría peligrar la estabilidad y unidad política alcanzadas en Occidente durante los últimos 60 años. La impericia de la administración Bush —lo admiten los diarios más influyentes de Estados Unidos— ha convertido a un dictador feudal como Saddam en una víctima que el mundo sale a proteger con escudos humanos llegados a Bagdad desde todas partes del planeta. Saddam ha logrado que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial la Unión Europea se haya dividido y el mundo globalizado haya alcanzado un máximo de incertidumbre que afecta seriamente a la economía globalizada. Con más de doscientos mil soldados en la región, difícilmente Bush pueda retroceder en una decisión que ya está tomada. El costo político de una retirada sería tal vez peor que no atacar. Y cuando lo haga la inteligencia militar norteamericana saldrá a mostrar rápidamente los arsenales de armas prohibidas que seguramente Saddam esconde en alguna parte para justificar ante el mundo que era necesario intervenir militarmente. Claro que también tendrán que mostrar las víctimas civiles —niños y ancianos incluidos— que causarán las 30 mil bombas que Estados Unidos piensa arrojar desde el aire en las primeras 48 horas del ataque. Bush parece estar cada día más solo, pero también más decidido a una aventura que nadie —ni siquiera él— puede imaginar cómo terminará.
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