Desde la Guerra del Golfo de 1991, es conocido que Saddam Hussein pertenece al clan de los Tikrit, árabes desde el punto de vista étnico y musulmanes sunnitas desde el religioso. Forman parte de una minoría en la composición social iraquí, aunque detentadora del poder fáctico del país. La mayoría de la población iraquí está formada por árabes de religión musulmana shiíta, con casi 60% de un total de 23 millones de habitantes.
Cerca de un 19% de los iraquíes son kurdos, grupo étnico diferente al árabe pero sunnitas, aunque también existen minorías kurdas shiíta y cristiana. Esta composición social tan dispar es lo que hace que los Estados vecinos de Irak hayan expresado en diferentes foros internacionales su interés en preservar la integridad territorial iraquí en caso de guerra y de alejamiento de Saddam Hussein del poder.
Tanto las monarquías árabes del Golfo Pérsico (Arabia Saudita, Bahrein, Qatar, Omán y Emiratos Arabes Unidos), como los Estados no árabes de la región (Irán, Turquía e Israel) prefieren seguir pensando en que Irak sea un solo país y no tres diferentes, con gobiernos de diferente carácter étnico, religioso y político que podrían afectar la ya de por sí frágil estabilidad regional.
La creación de un Estado con mayoría shiíta en el sur de Irak podría dar ánimos a las minorías shiítas que pueblan los Estados petroleros del Golfo, principalmente Bahrein y Arabia Saudita, para reivindicar sus especificidades dentro de Estados dominados por monarquías sunnitas. No se debe olvidar que el temor a la influencia que Irán -una república con el islam shiíta por religión oficial- podría ejercer en esta cuestión fue lo que empujó a estas monarquías a alentar a Hussein a iniciar una guerra contra Irán que duró 8 años (1980-88) y que provocó cerca de un millón de muertes.
El dilema iraní
A pesar de lo anterior, no se puede concluir, como propone el periódico israelí Haaretz, que Irán sería el más beneficiado de una eventual guerra contra Irak. Por el contrario el dilema iraní sigue siendo cómo compatibilizar su apoyo discreto a una guerra contra su enemigo ancestral; su deseo de lograr una cuota de influencia en un gobierno post-Hussein y su temor a quedar rodeado por bases de su "otro" enemigo, EEUU -contando con las fuerzas norteamericanas que ya están desplegadas en Afganistán y el Golfo Pérsico.
Teniendo en cuenta que el "buen comportamiento" iraní durante la guerra de Afganistán solo le valió para ganarse su inclusión en el Eje del Mal por parte de Bush, es claro que su posicionamiento en la actual crisis es un rompedero de cabeza y de fuertes discusiones en la cúpula política iraní. Más aún si se agrega el hecho histórico de que el parentesco religioso entre los shiítas iraníes e iraquíes no bastó para que estos últimos se pusieran del lado iraní durante la guerra Irán-Irak. Es decir, que la pertenencia a una nacionalidad primó por sobre la solidaridad religiosa, por lo que sería difícil que en este caso no sucediera algo similar.
Al norte de Irak, su otro vecino tiene preocupaciones similares. Al ejército turco le llevó casi 10 años aplastar a la guerrilla del PKK -Partido de los Trabajadores del Kurdistán- de Abdullah Ocalán y terminar con la idea de una independencia o autonomía kurda en el este de Turquía, por lo que la partición de Irak y la creación de un Kurdistán independiente al sur de su frontera amenazaría enormemente los intereses del Estado turco. Ya la Guerra del Golfo había perjudicado muy seriamente su economía y una nueva contienda generaría nuevamente el corte del flujo comercial entre Irak y Turquía. La pulseada con EEUU es por la compensación económica que el gobierno turco evalúa adecuada de cara a las pérdidas que sufrirán, y no tanto por su negativa a participar de una guerra con un Estado vecino. Por el contrario, el ejército turco no ha tenido inconvenientes en ingresar durante años en territorio iraquí para combatir a los kurdos del PKK, y más aún, vería con buenos ojos la posibilidad de ingresar en el norte de Irak con las manos libres y promover la creación de un gobierno afín a los intereses de Ankara.
Desde que finalizó la guerra para liberar Kuwait en 1991, EEUU ha buscado una alternativa de poder a Hussein que evitara el desmembramiento de Irak. Hasta el momento todos los intentos de fomentar desde el exterior revueltas o intentos de golpe tanto en el sur como en el norte del país no han tenido resultado. La opción militar se muestra para la administración Bush como la única vía para eliminar a Hussein. Y la intención de mantener el control del país por "uno o dos años" una vez terminada la guerra demuestra que constituir un gobierno centralizado legítimo y a gusto de todos será una tarea complicada.
Hussein ha demostrado con éxito que la fuerza ha sido su medio para imponerse durante casi 25 años sobre una población heterogénea. Pero es difícil que estos grupos vuelvan a aceptar la postergación de sus reivindicaciones políticas, sociales y económicas con el único objetivo de mantener un mapa de Irak unido por deseo de los demás Estados.
\(*) Licenciado en análisis político por la UNR y docente de la carrera de RRII, actualmente cursa un posgrado sobre Medio Oriente en la Universidad Complutense de Madrid.