Cuando Hans Christensof leyó en su prolijo jardín de Copenhague relatos de la Patagonia argentina, un lugar que desconocía absolutamente, no lo pensó mucho. Llamó a su mujer y le dijo: "Helga, prepara las mochilas, no quiero perderme aquellas inmensidades". Porque para los hombres del mundo, pero tal vez un poco más para los europeos, contemplar la llanura es algo raro. Tanto como pisar la estepa, asomarse a la prehistoria, conocer otra gente y otras culturas y perder la mirada en el horizonte lejano.
De todas las propuestas para recorrer la Patagonia Hans eligió el viaje de 1.800 kilómetros que une Bariloche, ciudad de lagos, bosques y chocolate, con El Calafate, el portal hacia los enormes glaciares, que se realiza en camionetas todo terreno, de 15 asientos, con un conductor, un guía y mucho confort.
El dinamarqués encontró en este servicio cierta similitud con los rodoviarios europeos, y también con los circuitos terrestres cerrados que son frecuentes en Brasil.
Después supo que este itinerario había sido creado para subsanar la vieja necesidad de la región de comunicar directamente muchos atractivos turísticos de la ruta nacional 40, imposibles de visitar sin realizar largas y complicadas conexiones.
Fue así que esa ruta, la más larga -tiene casi 5.000 kilómetros- y también la más importante turísticamente de la Argentina, se convirtió en el sostén de este servicio que opera desde octubre hasta Semana Santa.
Los dinamarqueses se entusiasmaron por conocer culturas aborígenes, los famosos dinosaurios de "la cuarenta" y vestigios arqueológicos, además de capillas, comidas desconocidas y los vinos que se cultivan a su vera.
Y supieron que esa vía longitudinal, verdadera columna vertebral del país, que une la Puna jujeña con Tierra del Fuego, permite el acceso a 25 parques y reservas naturales.
Comienza la travesía
El viaje comienza en Bariloche a las 8 de la mañana y el primer destino es la ciudad de Esquel. En el trayecto se visita El Bolsón y la localidad chubutense de El Maitén, ya dentro de la Comarca Andina de Los Alerces.
En la soledad de El Maitén aguarda el legendario Expreso Patagónico, un tren de trocha angosta que lleva a los turistas a recorrer 25 kilómetros de la estepa sureña, en un viaje que dura más o menos una hora y media.
El convoy se detiene dentro de la estancia Leleque, propiedad del magnate de la marca Benetton, donde los viajeros pueden observar tareas rurales. Desde allí se sigue hacia Esquel, atravesando el bellísimo parque nacional Los Alerces, y pasando por Cholila, el lago Rivadavia y el Gran Futalaufquen.
El próximo destino es el pequeño pueblo de Los Antiguos, sobre el lago Buenos Aires y enfrentado a la majestuosa Cordillera de los Andes, ya en el extremo noroeste de Santa Cruz.
En el trayecto se visita el extraño bosque petrificado Jorge Ormaechea, en Sarmiento, y también las localidades de Tecka, Gobernador Costa, Río Mayo y Perito Moreno.
Los viajeros se alojan en la cálida hostería Antigua Patagonia, sobre el lago Buenos Aires, donde siempre hay buena captura de salmones. Y al otro día la camioneta enfila por la ruta 40, que desde Perito Moreno hasta El Calafate es toda de ripio.
Al mediodía se llega a la famosa Cueva de las Manos, en el Cañadón del Río Pinturas, donde los primeros habitantes de esas tierras dejaron en las rocas de las cavernas dibujos sobre la vida de aquellos tiempos, pero fundamentalmente dejaron el contorno de sus manos en colores tierra y rojizos.
Asomarse a la prehistoria
Y luego de asomarse a la prehistoria del confín del mundo, el próximo destino es la estancia La Angostura, sobre la ruta, donde la familia rural aguarda con un cordero al asador y caballos mansos para visitar los alrededores.
La paz del lugar, y el silencio profundo de la Patagonia, prolonga la última partida hasta casi el mediodía. El destino final, El Calafate, ya está cerca.
Hay que pasar por el Lago Cardiel y por Tres Lagos, y también por La Leona, la posta de otra estancia cercana, y cruzar la ruta que va hacia El Chaltén, un lugar alucinante que es la Capital Nacional del Trekking y donde está el desafiante Fitz Roy.
En El Calafate los receptivos locales ofrecen varios circuitos, pero sin duda la visita al glaciar Perito Moreno es el preferido. Nadie quiere irse del fin del mundo sin ver el único glaciar en el mundo que avanza hacia la orilla. Saben que es improbable asistir al gran derrumbe, que es cíclico, pero siempre hay pequeños y ruidosos desprendimientos de hielo.
Fogueado en coordinar estos grupos, Edgar cuenta que "el primer día les parece que el viaje va a ser largo; el segundo dicen "esto me gusta"; el tercero ya comparten afinidades, y al cuarto aseguran que esa es una experiencia única, emocionante".
Cuando Hans y Helga partieron hacia Copenhague habían disfrutado de escenarios naturales que no se encuentran en el viejo mundo. Se habían asombrado ante la inmensidad de la Patagonia, habían comprado tejidos artesanales y admirado al coloso de hielo que se mueve, y se habían conmovido ante la Cordillera de los Andes.
Y confesaron que habían adoptado, "para siempre, la buena costumbre de tomar mate".