| | cartas Mensajes apocalípticos
| "Cuando el niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma", según una interpretación de Víctor Hugo. Personalmente diría que cuando un niño se muere de hambre la sociedad perdió el alma. Los psicopedagogos estiman que la receptividad en los niños es mayor que en los adultos. Captan con sencillez los avatares de los padres para conseguir mendrugos, que resultan una exaltación a la vida. No pueden Duhalde y su esposa lanzar declaraciones antojadizas y disparatadas, verdaderos dislates como por ejemplo: "Sobra comida, pero lo que falta es organización" o "Miranda no tiene un plan social para combatir la pobreza". ¿Y en el resto del país no pasa lo mismo? ¿Para qué se hacen censos, encuestas, estadísticas? Duhalde habla de crear nuevos planes de trabajo con total tibieza, pero ni siquiera menciona crear fuentes de trabajo; vivimos gracias a la solidaridad mundial: España envía insulina; Francia comida; Italia (desde Parma) nos entrega medicamentos, ONGs se autoconvocan, gente argentina vuelca sus energías y su tiempo en lograr y hacer llegar sus aportes por ínfimos que fueran. Observo con vergüenza ciudadana que los popes del gremialismo (léase Rodolfo Daer, Hugo Moyano) están en una vitrina aislada del momento aciago que nos doblega. Parecería que están obligados a callar, como callan los cobardes. La hecatombe de los niños me trae a la memoria un fragmento de Rudyard Kipling: "No olvidemos jamás que lo bueno no se alcanza nunca sino por medio de lo mejor y si tenéis la fuerza, nos queda el derecho". La estadística más dolorosa cuya fuente es el Ministerio de Salud de la Nación, indica que las muertes declaradas en 2001 de menores de un año alcanzó en el país a 11.111 criaturas. Los argentinos debemos admitir la verdad y encararla. Hay que enseñar a la juventud y a los mayores que no se puede vivir en la mentira y sin convicciones. Estos chicos de hoy mañana serán hombres y los daños inferidos, opacarán a los teóricos dialécticos que deberán profundizar los argumentos para que no predomine la sinrazón. Nuestro deseo es que en un futuro no lejano no existan niños signados por una caída de su calidad de vida o constantemente humillados por el hambre. Sin eufemismos, el candor de la niñez lo merece. Manuel E. Wischñevsky
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