| | Reflexiones Arroba
| Stella Maris Brunetto
Para muchos, Internet, esta red mundial que ha llegado para cambiar nuestros hábitos de información y comunicación, parece haber sido un invento militar de la llamada guerra fría, allá por la mitad del siglo pasado. Sin embargo, su nacimiento y puesta en funciones surgió como consecuencia de investigaciones civiles más emparentadas con psicólogos que con ingenieros o físicos. Cuando los rusos pusieron en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik, el gobierno norteamericano y sus funcionarios temblaron al caer en la cuenta que estaban perdiendo la carrera por el dominio del espacio exterior y rápidamente pusieron manos a la obra. Entonces crearon un organismo de investigación, el ARPA, para encarar los estudios sobre cohetería y naves espaciales y del cual se desprendería, poco después, la Nasa. Integraban el staff del ARPA científicos de primer nivel de todas las disciplinas, entre los cuales se contaban algunos defensores acérrimos de la recién nacida informática. Uno de ellos, el psicólogo Licklinder, promovía el uso de las enormes computadoras, esas que entonces ocupaban grandes habitaciones y que exigían un alto desarrollo intelectual para su operación. Del impulso de este investigador se lograron varios millones de dólares de fondos para todas los proyectos que se alumbrarían en el ARPA. Y también fue otro psicólogo, Bob Taylor, el autor de la idea de conectar las computadoras disponibles entonces, en el primer esbozo de red que se conoce. La tarea no fue fácil, porque los aparatos usaban distintos programas y tecnología, pero, con grandes esfuerzos, se logró hacer trabajar conjuntamente en 1969 a las computadoras de cuatro universidades norteamericanas: Stanford, Santa Bárbara, Los Angeles y Utah. Había nacido Arpanet que derivaría, cambiando varias veces de nombre, en la actual Internet. El primer mensaje no tuvo la poesía de aquél de "Mary y su corderito" que haría famoso a Edison ni la universalidad de las palabras de Neil Armstrong al pisar terreno lunar. Esta vez fue sólo la palabra "LOGIN" la que circuló por los cuatro aparatos aunque, en la primera emisión, se pudo llegar sólo hasta la "G", después de la cual la computadora que enviaba el mensaje se colgó. Aún con estas dificultades, la red incipiente estaba instalada y faltaría muy poco para que diera a luz su retoño más sofisticado, el correo electrónico que empezaría a desplazar, lenta pero seguramente, las cartas de papel. El primer e-mail que se mandó a mayor distancia estuvo a cargo de un investigador que había olvidado su afeitadora eléctrica en Londres en el transcurso de un congreso. Al regresar a su casa tuvo la brillante idea de reclamarla por medio de la computadora de su laboratorio y el éxito de la gestión hizo que un colega, Ray Tomlinson iniciara la organización más ajustada del correo electrónico. Eligió, para las direcciones un símbolo casi en desuso, conocido como la a comercial inglesa. La arroba regresaba del pasado para hacerse un espacio en el universo comunicacional. Pero, vino nuevo en odres viejas, la arroba tiene más de cinco siglos de existencia: fue encontrada en algunos escritos de navegantes venecianos que comerciaban con el Medio Oriente y que era usado para indicar una medida de volumen y peso. Los navegantes ingleses la transformaron luego en un símbolo indicador del precio de las mercaderías. Los italianos la llaman "caracol" por su forma, mientras que los angloparlantes le adjudican el significado de "en" (at) para señalar el lugar del espacio en el que el remitente está ubicado. Y los navegantes virtuales recuperamos, al recorrer el espacio de la red, el sentido de desafío que despertó en los antiguos capitanes de barcos, surcar otros mares más reales, mucho más peligrosos pero, casi de seguro, con mayor dosis de aventura y romanticismo. [email protected]
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|