| | cartas La vida merece la paz
| No es un desatino pensar que el mundo está pendiente de la actitud bélica que los Estados Unidos y algunos de sus países aliados pudieran adoptar contra Irak. Obvio es decirlo, una guerra es irracional e impredecible y sus implicancias son devastadoras incluso para todas las regiones del planeta que no se vean involucradas en ella. Por más onerosas que sean las motivaciones que hayan llevado a esta situación, cuesta admitir que no se anteponga la racionalidad y la templanza cuando está en juego la suerte de la humanidad. Si bien podrá esgrimirse que pudieran existir enemigos de difícil localización y fundamentalistas, la guerra no es el camino sino el elemento desencadenante de mayor odio, destrucción y miseria. El despliegue y la animosidad evidenciados por el país del norte, no deberían alentar voracidades invasivas ni hegemónicas y sería extremadamente grave que esos fuesen los argumentos sustentados. Nadie perderá su potencialidad ni su prestigio, acercando posiciones civilizadas y privilegiando la condición humana y el respeto a la vida por encima de las apetencias y de toda inclinación belicista. Estados Unidos presume que Irak tiene almacenadas armas químicas de destrucción masiva, y si ello fuera de fehaciente comprobación, sería motivo más que suficiente para que prevalezca la sensatez hacia coincidencias disuasivas de este engendro de destrucción. Hiroshima y Nagasaki han quedado como la simbología de las atrocidades, del horror y el desprecio a la especie. Obviamente, entonces, nada más lejos de la realidad que aventar misiones destructivas y alucinantes. La pobreza en el mundo es más apremiante que la guerra y ese es, imperiosamente, el genocidio que debe evitarse. Compartir el infortunio con el enemigo es alentar una guerra en paz. Mario Torrisi
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