Año CXXXVI
 Nº 49.769
Rosario,
domingo  02 de
marzo de 2003
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Editorial
Un control necesario

Bien sabido es que la crisis que padece la Argentina no consiste solamente en la debacle posterior a la caída de un modelo económico. En realidad, para su persistencia concurren -como componentes decisivos- elementos que integran la esfera de lo cultural, y también de lo moral. Y si bien la principal responsabilidad en tal sentido atañe a quienes ejercen los lugares de predominio dentro de la sociedad, la extensión de comportamientos signados por la indiferencia y hasta la deshonestidad, aun en campos considerados "menores", forma parte de la gama de problemas que se deben resolver si se pretende extraer al país de la ciénaga en que se ha hundido.
Resulta notorio, y lo sabe muy bien cada usuario del sistema de transporte urbano de pasajeros rosarino, que existen abusos en relación con el medio boleto. Es que muchas veces quienes gozan de tal beneficio distan de hallarse en la condición que han confesado con el objeto de acceder a él. Tal actitud no resulta novedosa, lamentablemente, para los nacidos en esta tierra: suele denominársela, con gráfica contundencia, "viveza criolla". Claro que dicha "viveza" tiene, en este caso, una víctima prioritaria que es el conjunto de la ciudadanía respetuosa de las reglas. Por tal razón no cabe sino elogiar el control casa por casa que implementará la Municipalidad con el objetivo de rectificar errores y otorgar la franquicia a aquellos que realmente la necesiten.
Se dirá que resulta triste que tal contralor se presente como imprescindible. Y no caben dudas de que el adjetivo es pertinente. Sin embargo, debería acoplársele otro: inevitable. Es el mismo caso que se presenta cotidianamente en relación con el tránsito vehicular de la ciudad, plagado de pequeñas infracciones que casi nadie controla. Parece insólito que la sociedad atente de tal modo contra sí misma, que no sea capaz de concretar tan elemental aprendizaje. La impresión que podría causar semejante grado de desinterés colectivo es que la tendencia a la disolución se impone sobre la de unión. Los tiempos distan, ciertamente, de ser los mejores, pero es sobre la base de comportamientos honestos -en todos los niveles- que se conseguirá la ansiada recuperación. Y si estos comportamientos no se producen de manera espontánea, le cabrá al Estado la función de educar, supervisar y sancionar. No se vislumbra ningún otro camino.


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