| | La Rioja: El camino de los manantiales diaguitas
| Los ojos de agua que se suceden desde el centro de La Rioja hacia el norte, manantiales que brotan desde lo más profundo de las montañas, integran una rareza geológica difícil de explicar. El más bello es el manantial de Yacurmana, en Chuquis, cuyas aguas fluyen de las entrañas de la sierra de Velasco formando una cascada de altura, llamada Yacurmana, que en lengua nativa significa "madre del agua" y es una divinidad diaguita de raíces incaicas. Por el color cambiante de la sierra los lugareños saben cómo están bajando las aguas del manantial, elemento vital para vida de la gente y de la tierra. Y muy cerca está Aminga, centro de los pueblos riojanos de la costa, llamados así porque se levantan junto al majestuoso Velasco. En Aminga el último día del año se celebra "El encuentro o Tinkunaco", entre el Niño Alcalde y San Nicolás de Bari, una de las fiestas religiosas más antiguas de La Rioja. Y más adelante la cascada que del apacible río Los Sauces forma los profundos remansos de la "olla de Andolucas". Un camino que sube hasta el molino donde a comienzos del siglo pasado se molía el trigo. Las empinadas laderas de este circuito atrapan a los escaladores, que suben por montañas que cobijan remotos restos arqueológicos. Hay muchas historias de los pueblos diaguitas que los lugareños convierten en bellos relatos para los visitantes. En Alpasinche, tierra de añosos viñedos, las uvas se muelen en bodegas caseras para elaborar vinos pateros. En los días del carnaval la gente de este poblado se entrevera en juegos callejeros con albahaca, harina y agua; es el tiempo de los chayeros y de las alegres vidalitas que reciben al dios Momo. También hay buenos viñedos en Pituil, donde ya en tiempos de la colonia se destilaba la grapa y el aguardiente, que en aquel entonces se enviaba al Alto Perú, vía Potosí. Estas manifestaciones cotidianas conviven en este circuito con testimonios del pasado como el Monumento Nacional Las Padercitas, que los españoles levantaron a fines del siglo XVI, que muestra a San Francisco Solano evangelizando a los nativos del valle de Yacampis. Los pescadores de pejerreyes suelen detenerse allí en su camino hacia el dique Los Sauces, cuyo lago emerge a gran altura entre la majestuosa sierra de Velasco. Allí comienza el sinuoso camino de montaña que lleva hasta la cima del cerro de la Cruz. En la cima de este cerro, de 1.680 metros de altura, hay una plataforma natural que los aficionados al aladeltismo y al parapente usan como rampa de lanzamiento. Desde ese lugar, sede de competencias internacionales, el valle de Yacampis y el Bolsón de Sanagasta se convierten en magníficos espectáculos visuales. Y desde allí se baja hasta Sanagasta, una villa veraniega a orillas del río Huaco, donde anualmente se realizan dos fiestas: en febrero el Festival de la Chaya y el último viernes de septiembre la veneración a la Virgen India. Ahora ya no es preciso transitar allí por los nueve kilómetros del viejo camino de cornisa, ya que a través del nuevo trazado es fácil alcanzar los 1.280 metros de altura de la renovada Cuesta de Huaco, a cuya vera se forman acogedores balnearios naturales. Camino hacia Anillaco el clima se torna más agradable y la vegetación exhuberante y entre los vertederos de agua de la quebrada se encuentran restos de los pucarás que los diaguitas levantaban para defenderse de ataques. Por allí está el famoso señor de la Peña, la gigante roca precolombina que los diaguitas llamaban Llastay y creían que era el dios de la fauna y de los cazadores. A esta roca le pedían permiso para cazar, ya que este pueblo tenía una cosmovisión ecológica muy desarrollada. Y cuando llegaron los jesuitas y encontraron esta adoración a la enorme roca, aprovecharon su perfil humano, erosionado por el agua y el viento, y la transformaron en la cara de Jesucristo para imponer su doctrina. Hasta esa pequeña comarca desértica llegan en Semana Santa los fieles que veneran al señor de la Peña. Los fieles también visitan en esos días santos la capilla de Anjullon, edificada en el siglo XIX en un estilo arquitectónico incierto, que es la más antigua de los pueblos de la costa, y la iglesia de San Blas, del siglo XVII. Tampoco se sabe cómo se construyó El Castillo en el Santa Cruz, cerro de laderas multicolores; se dice que no se usó ninguna técnica arquitectónica conocida pero sí materiales de la región, con los que se lograron formas raras. Tampoco faltan en este circuito las aguas calientes. En Santa Teresita hay napas de aguas termales curativas, que fluyen entre las sierras de Mazan, donde el sol y el clima seco proponen una pausa reparadora. A pesar de que los productores disponen de buena tecnología de riego para los cultivos de jojoba, espárragos y olivos, aún usan técnicas agrícolas primitivas en los sembrados de comino y en la elaboración del "patay", pan dulzón hecho con algarroba molida. La ruta hacia los manantiales diaguitas incluye a Santo Domingo, con sus casonas de adobe y sus extendidos parrales; a Campana, donde está la iglesia en honor a la Virgen del Rosario, y al paraje Los Corrales, con su legendario río Amarillo.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|