El anexo de la Escuela Nº660, ubicado en la zona sudoeste de la ciudad, se está quedando hasta sin puertas por los robos que desde hace un mes lo tomaron de punto noche tras noche. Como botín a los ladrones ya les queda poco: se llevaron al hombro la heladera, muchas chapas, ventanas, luces, ventiladores de techo, bancos, la bandera de ceremonia y las de izar, las cortinas, los útiles, los libros, casi todos los utensilios del comedor, los baldes, las escobas, la palita, el libro de actas, los registros de asistencia y hasta lo que quedaba de sobrecitos de sal. La vicedirectora, Rita Santambrosio, ya lleva contabilizados 23 robos, pero a esta altura el número es lo de menos. La cosa es cómo pararlos, habida cuenta de que en apenas 15 días empezarán las clases y no podrán poner a salvo ni la provisión semanal de la copa de leche. Un panorama desolador.
Antes de ser levantado en pasaje Ancón al 3400, hace dos años, el anexo funcionó durante un tiempo en aulas móviles. Actualmente concurren unos 300 chicos, de preescolar a 7º año de la EGB, la mayoría proveniente de familias muy pobres que llegaron al barrio reubicadas desde el barrio La Tablada por el entonces ambicioso proyecto del parque Italia, en 27 de Febrero y Acceso Sur.
La construcción escolar es, si no lisa y llanamente precaria, al menos muy elemental. En forma de herradura, tiene un patio de tierra central al que dan todos los salones, el baño, la dirección y el comedor. La verja no inspira lo que se dice respeto, sobre todo la trasera, de poca altura, que linda con una quinta. Es justamente por allí donde se presume que ingresan los ladrones, noche tras noche, pese a que "si el dueño escucha ruidos los corre con una escopeta".
En la escuela ya no saben qué hacer. Ni las denuncias semanales concentradas que radican en la seccional 18ª, ni los alertas que suelen dar los vecinos, ni las pocas luces que dejan encendidas por la noche sirven de nada. La única estrategia que aún mantienen es poner en custodia de algún padre las pocas cosas que les quedan, imprescindibles para alimentar a los 150 alumnos que sólo en vacaciones almuerzan gracias a la escuela.
"Pero sabemos que dejarles las cosas a los vecinos hasta puede representar un riesgo para ellos", advierte la vicedirectora. Aun así, un padre de tres chicos de la escuela guarda en su casa "una puerta que se salvó" y se lleva cada día los tres tubos de gas del comedor y una olla. La tapa no, porque también se la robaron.
Para adelante y para atrás
El custodio de esos bienes, un hombre muy humilde y desocupado, da su propia versión. "A la escuela la tenemos que cuidar entre todos, porque ahora algunos tiramos para adelante, mientras otros tiran para atrás", se lamenta.
Y no le falta razón. Porque el rumor, como en tantos otros casos de saqueos producidos en escuelas, es que los ladrones provienen del mismo barrio, gente que fue a esa escuela, o que tiene a sus hijos o hermanos aprendiendo en ella.
A esta altura, se trata de robo hormiga porque lo poco que había de cierto valor ya no está. "No queda casi nada, hicieron un desastre", dice una vez terminado el almuerzo Lilian Báez, empleada del comedor. La comida llega desde la escuela sede, pero el problema se planteará a partir del inicio de clases, cuando haya que servir la copa de leche.
"¿Cómo vamos a garantizar que quede a salvo la yerba o la leche?", se pregunta la vicedirectora. Antes las guardaban en un armario de dirección, pero incluso ese santuario dejó de ser inviolable.
Como la policía, donde Santambrosio realiza una denuncia por semana dando cuenta de varios robos, el Ministerio de Educación también está notificado de la grave situación. Para paliarla, prometió hacer un cerramiento del patio y construir una cerca perimetral. "Pero eso lleva tiempo", afirma Santambrosio.
Mientras tanto, los nueve docentes que trabajan en el anexo piensan iniciar las clases "como se pueda". Vale decir, con turnos por grado para ir al baño, donde no queda ni una sola puerta, y pasándose las sillas que se salvaron del saqueo. Sin embargo, la vicedirectora rescata la buena voluntad de los vecinos, en gran medida integrantes de la comunidad escolar. "La gente nos espera y después nos acompaña para llegar a la escuela, pero a veces ni los remises quieren entrar", dice.