| | Editorial Riesgos de la globalización
| Ciertos fenómenos, por la extensión de sus alcances, marcan a fuego épocas históricas enteras. Y así como la puja entre capitalismo y socialismo de Estado mantuvo en vilo a todo el planeta entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, desde 1989 en adelante -cuando el mundo se tornó unipolar- el eje del debate es un término que designa un hecho tan controvertido como innegable: globalización. Desde el llamado Tercer Mundo, ese al que más que nunca pertenece en la actualidad la Argentina, la connotación de la palabra dista de resultar unilateralmente agradable. Es que los efectos de la ola que ha generado, acaso semejantes en poderío a los que las primeras máquinas tuvieron sobre el sereno universo de los artesanos, no son siempre deseables para países como el nuestro, donde la economía no puede bajo ningún concepto prescindir de la presencia reguladora del Estado. Corresponde aclarar el concepto anterior, porque el rol estatal en la Argentina no puede ser calificado con elogios en casi ningún período de la historia del país. "Reguladora" significa que el Estado debe desempeñar el rol de árbitro, y no el de protagonista. Pero de lo que no caben dudas es de que su presencia en ese papel es poco menos que imprescindible; de lo contrario, el tendal de hambrientos y excluidos que el libre juego de las fuerzas económicas dejó en la década pasada podría crecer hasta proporciones abrumadoras. Mientas tanto, el poderoso Primer Mundo es cada día más poderoso. Al compás de transformaciones vertiginosas, que privilegian cada vez en mayor medida lo abstracto -información- sobre lo concreto -por ejemplo, siderurgia-, montado sobre el auge de la computación y la consolidación de sistemas políticos altamente representativos, la distancia que establece en relación con un Cono Sur pauperizado y expuesto a los autoritarismos se vuelve astronómica, sin que existan intentos serios de neutralizarla. A tal punto es dramática la situación que un ex mandatario centroamericano, el costarricense Oscar Arias, creó la expresión "darwinismo global" para explicarla. Pero el fenómeno, si bien puede y debe ser criticado, no admite ser rechazado. Cabe recordar que los artesanos no lograron evitar el triunfo final de las máquinas. Habrá que prepararse, entonces, para afrontarlo. Y la primera columna en rojo de nuestros países en tal sentido es la inestabilidad política, a la que debe sumársele la escasa importancia que sus presupuestos otorgan a la educación. Todavía hay tiempo para subir a un tren que inexorablemente avanza hacia adelante. Pero cuidado: ese plazo no es tan largo como pensamos.
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