Año CXXXVI
 Nº 49.759
Rosario,
jueves  20 de
febrero de 2003
Min 12º
Máx 27º
 
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cartas
Puente Rosario-Victoria

Por este medio prestigioso, que hace que la comunicación entre compatriotas sea fluida y diversa, reafirmando, de este modo, el principio de federalismo instaurado en la Constitución nacional, solicito que los representantes del pueblo del país, elegidos por los ciudadanos o que se hallen circunstancialmente ocupando cargos que mueven el poder, tengan a bien interiorizarse de la significación de la obra puente Rosario-Victoria y dediquen parte de su tiempo a elaborar estrategias operativas y rápidas, las que, puestas en práctica, aseguren el final, en breve, del macroemprendimiento compartido por el Estado y privados. Se nos ha informado por este medio y otros locales que, luego de mucho tiempo de esperar su terminación y habilitación, la empresa constructora no tiene acceso a sus cuentas por haber sido embargadas por otra holandesa. Por lo tanto -y siempre según nos informan- el Estado ejecutará las garantías, y ya sabemos lo que eso significa: tiempo perdido, ilusiones que se van diluyendo y la desagradable sensación de impotencia que nos afecta a nosotros, los argentinos que nos quedamos y trabajamos y creemos, y que, nuevamente, somos aniquilados en las esperanzas comunes. Esta obra no es patrimonio de dos ciudades, dos provincias o una región. Es la República Argentina que se expande a través de caminos, puentes, comercio, industria y toda actividad creativa que se irá enriqueciendo con el conocimiento e intercambio, como en los mejores tiempos de nuestro país, cuya riqueza y generosidad no alcanzaron a disfrutar con orgullo casi dos generaciones de argentinos. El puente une y es un bien común. Sírvanse los señores que dicen representarnos ocuparse de su finalización y habilitación en la fecha que fuera designada: meses de abril o mayo, porque dejar en estado de agonía a lo que tiene tanta vida, por no conocer el problema, la salida y la solución, o, lo que sería peor, por desinterés, es mostrar, una vez más, alto grado de desidia, idoneidad y hasta incapacidad como para recibir un aplauso de alegría.
Profesora Marta S. Marinelli de Celoria


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