Carolina Taffoni / Escenario
Bryan Ferry es esa clase de tipo que hay que ver y escuchar en vivo para terminar de entender que su voz no es una ilusión y que su imagen no es sólo una gran foto de una enciclopedia de rock. Y sí, Bryan Ferry existe, a los 57 años sigue cantando como los dioses, sigue siendo el mismo dandy que a los 35 y hasta sigue teniendo ganas de rescatar, aunque sea un espejismo, algo del espíritu de Roxy Music, esa discutida banda entre adorada y subvalorada, de culto en sus comienzos y exitosa y hitera después, que él manejó a su antojo y semejanza. Así cayó Ferry en esta Argentina devaluada (ya había actuado en Obras en el 95, en otro país), con entradas bastante caras y una puesta que lo justificó todo: una banda impresionante, tan rica, numerosa y dúctil como los mismos Roxy, que incluyó hasta cuatro voces femeninas en coros. Pero el inglés podría haber venido al Gran Rex sólo con un piano y no hubiese robado en lo absoluto. Su voz llena cualquier espacio y hay que pellizcarse para creerlo. Eso quedó más que claro en los primeros temas, que tuvieron un planteo acústico de teclados, violín, arpa y guitarra. Así pasaron "The Only Face" (del 94), el cover del clásico de Dylan "Don't Think Twice, It's All Right" (de su último disco, "Frantic") y "Carrickfergus" (un viejo tema del 78). La banda se sumó en "Smoke Gets In Your Eyes", que nos hizo viajar hasta 1974, pero el verdadero golpe retro llegó con "The Thrill Of It All", un temazo de Roxy Music. Para completar el efecto aparecieron las chicas de los coros, como salidas de las tapas de los discos de Roxy: dos vestidas de blanco, con sombreros onda años 50, y otras dos con tops de lentejuelas. ¿Glamoroso? ¿Kitsch? ¿Decadente? Y bueno, todo eso también era Roxy Music. Aunque hizo temas nuevos como "Cruel" y "Fool For Love" (donde brilló su aspecto crooner), Ferry no vino precisamente a presentar su último disco. Se paseó por su repertorio solista desde la onda disco de "Tokyo Joe" (77) hasta el hit de los 80 "Slave To Love", pasando por la climática "Boys and Girls" y "Limbo", esa perla del disco "Bete Noire" (87). Las distancias de tiempo no importan, porque la música es siempre la misma: son esas canciones que te miran y te histeriquean, te acarician y te seducen, y finalmente te abandonan y te dejan con ganas de más. Es cierto que sobre el escenario Ferry es frío y distante, pero es imposible zafar de su poder de seducción. A la altura de "Limbo" había cambiado su elegante traje negro por otro platinado, las chicas de los coros tenían sus minivestidos brillantes y el show de la nostalgia de Roxy Music estaba servido. En otro golpe de efecto, en una propuesta "bienvenidos al túnel del tiempo", aparecieron sobre el escenario dos bailarinas con plumas y lentejuelas, que rodearon a Ferry con sus sincronizadas coreografías en las versiones de "Love Is The Drug", un clásico del 75, y "Do The Strand", del 73. Antes habían pasado "My Only Love", del 80, con gran solo de guitarra de Chris Spedding, y el cover congelado de "Jealous Guy". Para los bises la gente se soltó y se puso a bailar con una versión aplastante de "Let's Stick Together", y también se relamió de glamour con la ochentera "Don't Stop The Dance". Al final Bryan Ferry jugó a hacer un homenaje al rock and roll de los 50 con dos temas, una especie de ironía en un tipo que usó el rock como pretexto para mostrar su talento. Después de una hora y media, Ferry se despidió sonriente, agradeciendo con su inconfundible acento inglés, seguro de que su pasado, aún discutido, es el mejor de los refugios.
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