En la historia del arte argentino, los salones y los premios han adquirido un perfil institucional fundamental. Desde la primera época de florecimiento del arte local, que tiene como fecha crucial el año 1917, momento en el que se inauguraba el "Primer Salón de Otoño", los salones proporcionan referencias parciales pero imprescindibles para la construcción de la historia del arte de la ciudad. En efecto, han prolongado hasta hoy la vigencia de una serie de particularidades; entre ellas, la diversidad de expresiones artísticas perceptibles en cada exposición. En este aspecto, la década de 1920 puede aparecer como punto de partida ya que, el conjunto de imágenes que circulaban en los salones de la época era heterogéneo en materia de lenguajes pictóricos.
La muestra del LVI Salón Nacional de Rosario, que se expone en el Museo Castagnino, también presenta esta característica. Sin embargo, en el presente, el modo de asumir esas diferencias se torna mucho más complejo cuando las producciones actuales han excedido los límites del concepto tradicional de obra de arte.
Pese a la cantidad de participantes en cada certamen y a la "supuesta" legitimación de lo que queda seleccionado, cada convocatoria prevé la presentación de una fracción mínima de la producción de los artistas en un "museo". Por esto, muchos de los plásticos rosarinos valoran este evento, considerado como uno de los pocos que quedan en la ciudad, y los premios que se otorgan, como uno de los escasos reconocimientos que se pueden alcanzar en Rosario. Lugar que, en los últimos años, carece de espacios, de instituciones e iniciativas privadas tendientes a favorecer la dinámica cultural. Situación que remarca la complejidad del funcionamiento del campo artístico local.
A pesar de estas contingencias, no podemos obviar uno de los alicientes que propicia este evento. Se trata de la posibilidad que otorga de mostrar, al menos alternadamente, iniciativas emergentes provenientes de Rosario y de otras zonas del país. Si se pensara al salón como exposición y no únicamente como un certamen, la posibilidad de entablar cruces de artistas podría ser explotada fructuosamente en cada recorrido.
Posibles núcleos para otros itinerarios
En el LVI Salón de Rosario es posible destacar algunas realizaciones por su coherencia con el proceso del artista y por su valor singular, a la hora de hablar de expresiones estéticas contemporáneas.
La vertiente formalista de las propuestas aparece en varias producciones. Es una estética que, siguiendo el espectro de los 90 pero de un modo independiente, se extiende hacia la elaboración de variables que, en algunos casos, exceden el estatuto de la forma como elemento auto-referencial delineando reflexiones sobre la sensualidad, el tiempo, el azar. En este grupo de artistas se destacan: Eladia Acevedo, Marcelo Villegas, Fabiana Imola, Silvia Gurffein, Laura Glusman, Luján Castellani y Daniela Lucarelli, entre otros. Ellos se entrecruzan sólo en este punto ya que cada uno viene desarrollando su propio lenguaje entablando una serie de juegos con la materia en el trayecto de una búsqueda permanente.
En otra de las vertientes de la exposición aparece cierto afán constructivo que ha conducido a los artistas a emplear el concepto de "trama" en sus resoluciones. Una de estas propuestas es la presentada por Alejandra Tavolini, cuyos acolchados manifiestan una reflexión que se torna intimista pero que, al mismo tiempo, plantea una problemática social. El matrimonio, una de las tradiciones más fuertes de esta sociedad, es el eje de sus construcciones cosidas, cuyas líneas de unión devienen en puntos de ruptura para sugerir la quebradiza perdurabilidad del matrimonio.
Desde otro punto de vista, Daniel Oberti también utiliza la trama como modo de construcción, a través de una estructura hecha en base al ícono de Coca Cola, uno de los más populares del mundo del consumo. En esta elección cita a diversos autores -desde Andy Warhol en el contexto internacional hasta Claudia del Río en el ámbito local- para reformular una modalidad estética propia de nuestros tiempos que, como en el caso de Tavolini, escapa al arte fotográfico y a la pintura tradicional.
En otro grupo de obras aparece la ironía, como alternativa de una reflexión sobre las contingencias actuales. A pesar de que, en esta ocasión, no ha sido fuertemente explotada, se puede visualizar en los trabajos de: Marcelo Marchesini, Chachi Verona, Guillermo Irmscher, Carolina Grimblat, entre otros.
La ambigüedad es una de las formas de plantear el arte en el campo de la fotografía. La obra de Eugenia Calvo, "Conspiración", transita esta modalidad a través de un personaje de cabellos largos, cuya crudeza y precariedad remite a un pasado remoto. La presencia de este personaje frente al museo sin mostrar rasgos mayores de identidad, lo cual puede llegar a generar incomodidad por la relación establecida entre título e imagen, subraya el ímpetu de la artista de jugar con los espacios y con los límites, para sugerir una mirada crítica a una de las instituciones artísticas más potente de la ciudad.
La cita, una de las maneras de interpretar el pasado en el presente que caracteriza a las tendencias internacionales posvanguardistas, es empleada por Leonel Luna en "Manifestación". Esta obra instaura una serie de lazos con la conocida obra de Antonio Berni y, al mismo tiempo, con las manifestaciones piqueteras, hoy frecuentes en el país. La tensión entre pasado y presente queda gestada en una mirada más localista, en un momento en donde muchos artistas hacen referencia a producciones artísticas extranjeras dotadas de un peso histórico considerable.
Desplazamiento hacia otros márgenes
A pesar de las carencias de esta muestra, los núcleos planteados para agrupar a algunos trabajos contribuyen a formular la posibilidad de recorridos imaginarios, que admiten puntos de encuentro entre el arte y el contexto actual. En este sentido, las bicicletas de Fernando Traverso impresas en la obra "...puede no haber banderas" son ineludibles. Permiten desplazar al público hacia el afuera del museo; si se tiene en cuenta que el artista también trabaja con este ícono sobre las paredes de la ciudad. En efecto, esta obra suscita la idea de que es posible repensar la vigencia del salón como una de las únicas instancias del campo artístico rosarino. La posibilidad de generar otros recorridos, otros espacios, otras vías también se puede sumar a las que son realizables en el museo. Cuestión que se plantea sobre la base de una apuesta a la reflexión, no a la ignorancia de este evento. Sólo desde esa instancia es posible reforzar la actitud crítica hacia el contexto cultural vigente.