Comencé a ir al hipódromo Independencia en 1962, de la mano de mi tío Roberto, cuidador de caballos de carreras. Tenía yo entonces 14 años. Don Roberto, sabio, sereno, paternal, siempre me contaba que las comisiones de carreras se creían los dueños de la hípica. Así pensaba las cosas, yo solo tenía interés en los caballos corriendo y por la edad no reparaba en las injusticias, arbitrariedades y privilegios que rodean al Independencia.
Pasaron los años. Los profesionales del turf comenzaron a ser más firmes en sus reclamos. Querían un trato más justo -o justo directamente-, el reconocimiento de sus derechos para vivir mejor. Se corrían 16 carreras por fin de semana y al menos alcanzaba para vivir. Vinieron las huelgas, las del 70, del 72. Se luchó en el gremio. Mi tío no cambiaba de opinión: sostenía que había gente que creía ser dueña del turf, sobre un suelo prestado. Los dirigentes del Sindicato de Empleados y Obreros de Jockey Club fueron logrando mejores condiciones para sus afiliados. Iba todo bien entre ellos y las autoridades del hipódromo. Hasta que comienza la era Angel Oscar Baratucci (h) al frente de lo suyos -los nuestros, porque parte de mi familia estaba vinculada al turf-, y se inicia una lucha por reivindicaciones para los profesionales de la actividad.
El hipódromo se va agotando
Ya hay no hay dos reuniones semanales, ya no se corre los días feriados. Sólo dos jornadas mensuales y cada vez con menos carreras. Parece el tango de Basso, de 10-7. Mi tío Roberto, el cuidador de Panamá, Pinchito y Veneradora, ya no está. Un día se le cansó el corazón y fue a correr para siempre, a otras pistas. Pero recordaba siempre que en 1962 -40 años después que venciera el plazo de la concesión original de tierras de la Municipalidad al hipódromo Independencia- el intendente Luis Carballo quiso recuperar para el parque y la ciudad, los terrenos cedidos. Ayer eran 30hectáreas; hoy solamente son 17 para una actividad decadente y se enrostra a los empleados y las convenciones laborales la responsabilidad por el encoframiento en que se encuentra el hipódromo, sin recordar que fueron convenios firmados por ambas partes. Es decir, el Sindicato y el Jockey Club.
La actualidad es dura. Sin salida aparente. Al Jockey Club no parecen interesarle ni el hipódromo, ni la actividad, ni la hípica. Sólo saca jugoso provecho de las apuestas sobre Palermo, San Isidro y La Plata. Hasta en una oportunidad se llegó a imputar a los periodistas que desde el palco de prensa disminuían la jugada oficial pasando apuestas a las bancas clandestinas. Cosa absurda e incoherente.
¿Cuál es la realidad?
Unas mil personas viven del centro hípico de Rosario, fuente de trabajo interesante de la que viven y comen -estadística mediante- no menos de cuatro mil, al sumarse los grupos familiares. Y el alquiler del hipódromo le sale gratis al Jockey Club, ya que prácticamente lo cubre con el ingreso de las concesiones de bares y kioscos. Y nada se cumple con respecto a la obligación de invertir (según Ley Nº 5317 de la provincia de Santa Fe y sus posteriores modificaciones) en la actividad hípica y mejorar la raza caballar de lo producido de las jugadas foráneas y locales. Nada. Eso parece que va al Country. Mala ecuación esa de Country rico e hipódromos pobre.
Rosario no da más
Esto está terminado. Ahora, con 52 años de espectador primero, aficionado luego -a ratos propietario- y ahora periodista, creo que llegó la hora de exigirle al Intendente de Rosario, Hermes Binner, y a los concejales, que se interioricen del tema. Pero que cuando consulten, no lo hagan solamente con quienes han vivido del privilegio del turf.
Que pregunten a los que saben, y que efectivamente quieren a la ciudad, acerca de estas 17 hectáreas del parque Independencia. Que establezcan si vale la pena haberle renovado hasta el 2016 la concesión de la explotación al Jockey Club, o si conviene licitarla para que participen empresas privadas como sucedió con Palermo, Maroñas y Santa Fe.