Estudios efectuados en la Facultad de Bioquímica de la Universidad Nacional de Rosario encontraron micotoxinas en el maní, almendras, nueces y avellanas expuestas en las góndolas de los supermercados de la ciudad. Al mismo tiempo, los investigadores también analizaron la leche de la zona, y detectaron la presencia de aflatoxinas (metabolitos producidos por hongos tóxicos) en bajas cantidades, que no llegan a dañar al hombre.
Al respecto La Capital consultó a la doctora Clara Eder López, investigadora de la UNR y presidenta de la Sociedad Argentina de Micología, quien explicó que si bien la mayor cantidad de intoxicaciones alimentarias son producidas por toxinas bacterianas, en los últimos tiempos ganaron terreno contaminantes naturales como las micotoxinas, definidas por López como "metabolitos fúngicos que al ser ingeridos, inhalados o absorbidos a través de la piel, producen una reducción en la capacidad funcional, síntomas de enfermedad y aun la muerte de seres humanos y animales, incluidas las aves".
Los hongos productores de micotoxinas están ampliamente distribuidos en el medio ambiente y es fácil encontrarlos en una gran variedad de alimentos, especialmente vegetales, algunos de gran incidencia en la dieta humana y animal, como cereales y oleaginosas. Unos invaden los cultivos en el campo, antes de ser cosechados; otros son capaces de desarrollarse en los productos almacenados. En ocasiones, los conservantes y los pesticidas son disparadores de su desarrollo.
López explicó que son dos las formas de intoxicación. La primaria, al consumir directamente un alimento contaminado, y la secundaria, cuando se ingieren algunos residuos de micotoxinas presentes en la carne, vísceras, huevos o leche. Al respecto destacó que para que esto se produzca "el consumo debe ser considerable".
En los alimentos destinados a la exportación, el control es más riguroso y en caso de encontrarse alguna alteración, se procede al decomiso de la partida. "En cambio -agregó López- no se toman las mismas precauciones para las mercaderías destinadas al consumo interno". De igual modo advirtió acerca de los alimentos caseros, porque dijo que "están exentos de controles".
Una de las micotoxinas más importantes por sus efectos cancerígenos es la aflatoxina B1. "Su consumo en grandes cantidades puede producir alteraciones genéticas y carcinogénicas", dijo López. Al respecto la profesional agregó que no está determinada la dosis mínima que puede consumir el hombre "pero debería ser cero", dijo. La dificultad está en que al ser un contaminante natural y carecer de un método de detección de gran sensibilidad, resulta imposible alcanzar ese valor. "La regulación en algunos países, incluido el nuestro, indica que no debe ser mayor de 5 microgramos por kilo para evitar riesgos. Estos valores disminuyen al tratarse de niños", agregó.
Estudio zonal
Los estudios realizados por los investigadores de la Facultad de Bioquímica de la Universidad de Rosario (entre los cuales se encuentra la doctora López) para confirmar o no la presencia de aflatoxinas en la leche de la zona detectaron valores muy bajos, con efectos casi imperceptibles para la salud humana. Lo contrario sucede en Europa donde por la falta de pasturas naturales se ven obligados a alimentar el ganado con sustitutos balanceados contaminados con toxinas. De aquí que en países de la Comunidad Económica Europea los controles son más rigurosos. A pesar de que los valores encontrados en leches producidas en nuestra zona son muy bajos (por debajo de los límites regulados), el control debería ser estricto sobre todo durante la época invernal, cuando las pasturas naturales son escasas.
Los científicos rosarinos analizaron también la composición química del alimento balanceado para aves utilizado en 12 criaderos de la zona. Del total estudiado, se pudo detectar que sólo uno había utilizado alimento contaminado.
La presencia de aflatoxinas en el alimento destinado al consumo de las aves de criaderos perjudica principalmente la producción, por cuanto los animales pierden peso, disminuyen la postura, a la vez que bajan las defensas y se ven afectados por enfermedades. Pero, lo más importante para la salud humana, es que dichas toxinas pueden depositarse en los músculos de las aves, la menudencias y los huevos que luego ingiere el hombre, ya que son termoestables (no se destruyen por acción del calor) y no son biodegradables.