Jacques Thomet
Saravena. - Bajo un árbol de siete cueros, abundante en los vastos llanos orientales de Colombia, cien soldados con pintura kaki de camuflaje en sus rostros siguen las instrucciones anti-guerrilla de un oficial estadounidense, uno de los boinas verdes llegados recientemente al país andino. Ese nuevo capítulo de la guerra civil en Colombia no tiene nada que ver con Vietnam, puesto que los consejeros de las fuerzas especiales no participarán en ningún combate, no deja de recordar Washington. Pero el capitán Lawrence Ferguson, portavoz en Saravena del Séptimo Grupo de Boinas verdes, no duda cuando uno se lo pregunta: "Si la guerrilla nos ataca, nos defenderemos", responde sin ambigüedades. De 34 años, este soldado bajo de estatura y pelo corto, evoca el "derecho a la legítima defensa" de esos 70 oficiales venidos desde Fort Bragg, Carolina del Norte, en enero para dar instrucción a un comando colombiano del Batallón 18 en esta extensa sabana tropical del nordeste, en cercanías de Venezuela. La presencia de militares de Estados Unidos en el corazón del departamento de Arauca, víctima de incesantes ataques rebeldes, es algo nuevo en Colombia. Todos ellos tienen algo en común y es hablar en español para ser comprendidos por sus alumnos. "Tenemos como misión entrenar un comando del Batallón 18 del ejército colombiano en la defensa frente a las amenazas", precisa Ferguson, sin pronunciar la palabra guerrilla. Estados Unidos decidió en julio pasado extender la ayuda del Plan Colombia anti-droga, de 2.000 millones de dólares, en su mayoría militar, a la lucha contra los grupos armados ilegales, y en particular para entrenar al ejército local en la defensa del oleoducto de 772 kilómetros utilizado para la sociedad estadounidense Occidental Petroleum (Oxy). Miembro de los Boinas verdes desde hace cuatro años, este oficial es el único de los 70 estadounidenses autorizado a revelar su identidad durante una visita de la prensa a Saravena, pequeño ciudad 300 kilómetros al nordeste de Bogotá. "No estamos autorizados a salir del cuartel para participar con los comandos colombianos", subraya. A su lado, un capitán de los Boinas consiente en revelar los detalles de su armamento, pero sólo luego de consultar a su superior. Con su pistola-ametralladora de 30 tiros M4 en las manos, una pistola Beretta FS92 en un estuche en la cadera y un puñal en la cintura, este oficial se apresta a organizar un simulacro de emboscada en un campo cercano. "¿Los guerrilleros?, no, no se ven todos los días", dice este capitán, que exige a los periodistas mantenerse a cinco pies (1,50 metros) de él para emplear cámaras y micrófonos. Bajo el árbol, otro consejero escribe sobre una gran hoja de papel "los factores fundamentales de una emboscada: sorpresa, fuego coordinado, control". Un perro perdido escogió tirarse a dormir por ahí cerca durante el curso. La repetición en el terreno del ejercicio de emboscada tiene problemas para comenzar. Un rebaño de ganado cebú blanco deja de pastar en las altas hierbas y parece querer jugar a los guías. "He, he", les grita el capitán Ferguson, con un palo en la mano para alejarlos. "Tac, tac, tac... tac, tac, tac". Las ráfagas alternan en los dos campos enemigos, pero salen de las voces de los soldados y no de sus armas. Durante el simulacro, cuatro estadounidenses vigilan un helicóptero de madera contra una avanzada rebelde de diez hombres, que reptan y se despliegan en abanico. El sudor cubre todos los rostros, bajo una canícula de 40 grados. El ataque termina con la "muerte" de los defensores del helicóptero. "¿La guerrilla derrotó entonces a los norteamericanos?", se le preguntó al mayor colombiano Frank Castrillón. El estallido de su risa rompe el silencio que había regresado a las filas. (AFP)
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