Año CXXXVI
 Nº 49.748
Rosario,
domingo  09 de
febrero de 2003
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Lo transitorio y lo definitivo

Luis Tarullo

Las estadísticas siguen ratificando los impresionantes índices de desempleo y pobreza, dos males siameses a los que las sucesivas administraciones no han podido encontrarles remedio. Pero las incesantes desocupación y pauperización de la sociedad argentina tienen una descendencia que dejará su marca en las generaciones por venir: el trabajo infantil.
El gobierno y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) establecieron un plan de acción para un objetivo tan ambicioso como utópico si continúan las actuales condiciones económicas y sociales, cual es la erradicación de ese flagelo que, según la información suministrada oficialmente, involucra a 1,5 millón de niños trabajando en diversos ámbitos.
Además, sabido es que, aparte de ejercer un rol inaceptable, esos niños son víctimas de condiciones de explotación y desamparo, con todos los riesgos actuales y futuros que ello implica.
En cualquier lugar de cualquier ciudad importante -y no tanto- puede verse a niños en edad de jugar o de estar en sus casas o en las escuelas, aprendiendo los duros oficios y vicios de la calle, vendiendo cualquier mercadería de dudoso origen, limpiando vidrios de automóviles, repartiendo estampas religiosas a cambio de unas monedas que, generalmente, no terminan todas en sus manos, o juntando cartones y papeles, una de las actividades con mayor auge en los últimos años.
Esa es la forma más visible de tareas -la mayoría rayanas en la mendicidad- en las que están implicados millares de pequeños, pero hay otras con visos de trabajo tradicional, también ejercidos por púberes, en toda la geografía nacional.
Las cifras conocidas son escalofriantes pero, por ejemplo, la imprecisión de las actividades y el previsible ocultamiento de información que hay en diversos ámbitos donde -o desde donde- los chicos son explotados, por mencionar solamente dos obstáculos para la rigurosidad de las estadísticas, permiten sospechar que los números pueden ser mayores.
La ubicación geográfica de los niños que trabajan permite ver también lo que ocurrió en los últimos años en el país. Por caso, la extensión de la pobreza y la miseria, como mancha de aceite, por todo el territorio. Y la mayor concentración de esos dramas en las grandes urbes, a las que llegan de a miles personas expulsadas de las economías regionales que añoran su época dorada y, como peones golondrina pero modelo siglo XXI globalizado, vuelan hacia donde aunque sea mendigando pueden subsistir.
Así, según las cifras difundidas recientemente, sólo Capital Federal y los partidos del Gran Buenos Aires concentran casi medio millón de casos de trabajo infantil, un poco por arriba de los de las provincias de la región pampeana y cuatro veces más que en Cuyo. En las provincias del noroeste ascienden a casi 200 mil y en los estados patagónicos son alrededor de 100 mil.
Los números y los diagnósticos son contundentes, inapelables.
Y la solución, también indiscutible. Lo único que podrá terminar con estos dramas sociales es el desarrollo y crecimiento del país. Y esa es una misión impostergable, más aún ante este panorama con una base de nada menos un millón y medio de niños con futuro incierto y un innegable efecto cascada sobre la sociedad en muy pocos años, quizás apenas el próximo lustro.
Este es el panorama y el compromiso que tienen ante sí quienes están pulseando por quedarse con la presidencia.
A propósito, sobre el juego político, en el gremialismo cada uno hace el suyo. Algunos por acción, otros por omisión. Más activos aparecen los de la CGT rebelde de Hugo Moyano, pegados como garrapata a Adolfo Rodríguez Saá. Los ultramenemistas siguen adosados, como siempre, al ex presidente y otra vez candidato. La CTA del estatal Víctor De Gennaro sueña con un proyecto alternativo, símil "lulismo".
Y la que apuesta al misterio es la que marca el camino del sindicalismo tradicional y se sienta con el gobierno a la mesa de las decisiones importantes: la CGT oficial de los "gordos".
Aunque le esquivan el bulto aún a definiciones y compromisos públicos, varios de esos dirigentes dicen en privado que no logran digerir a Néstor Kirchner, ungido por el oficialismo. Y algunos, también entre cuatro paredes, se animan a levantar a figuras alternativas, aunque sin relevancia política, como el ministro de Economía, Roberto Lavagna.
Pero, en definitiva, cualquier especulación mediante, los "gordos" de la CGT admiten que está esperando que se despeje de nubes el cielo justicialista para jugar a ganador.
Por lo pronto, en pocos días más les espera otra ronda de intensa actividad. Pretenden que la mejora salarial no remunerativa -que desde marzo será de 150 pesos- se incorpore a los sueldos. Y no se descarta que vayan por más, pues la continuidad, aunque leve, de la inflación, y los aumentos de tarifas que se avecinan seguirán mellando el poder adquisitivo de los ingresos. En ese sentido, se espera que a fines de febrero vuelvan las reuniones con el gobierno y los empresarios.
Y así se pondría en marcha nuevamente el carrusel de idas y venidas que podrían terminar otra vez, como en otras cuestiones, en decisiones transitorias, cuando desde hace rato hay en el país una ristra de dramas que reclaman soluciones definitivas.


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